Fotos :: Juan Pelegrín para las-ventas.com |
Y se dejó venir al más potable del encierro, al primero, el de más casta y voluntad. Y por no dar el paso atrás, la cornada. El aguijón del pitón entró en el muslo y dejó la herida que el francés ni se meriaría. Ni gesto ni mueca de dolor. Temple y disposición consciente en Castella, un Castella renovado, más serio y profundo, más templado, clarividente. Como ya apuntamos en València. Como tuiteamos la misma tarde: "Nótese, como ya marcó en Valencia o Sevilla, como templa su valor y templa mejor y tiene otro reposo". A la legua. Y un afán por hacer el toreo que se convirtió en titánico.
Que si el primero lo había herido por aferrarse al albero, y luego lo había toreado con mando, al natural, por amor propio sobre la diestra y matado de auténtico espadazo, al segundo de su lote le expuso lo que no merecía. Y si su media casta no soportaba más de tres en redondo, Castella le endilgó cuatro jugándose el cuello. Torería lo llaman. Y Las Ventas ni se enteró. De pena que un tío vaya a jugarse el tipo y cuatro le acaben pitando. Entonces, ¿cómo hay que ir a Madrid si no es hecho un titán, como Castella?
Lo demás, basura. Medio toro. Y toreo de acompañamiento. Descastamiento y poco que rascar. Salvo por el primero, y por los pelos. La corrida fue resultado y víctima del toro moderno. Del que no se emplea en los primeros tercios y que llega bajo mínimos, o ni eso, al último. Talavante correcto. A Manzanares, así en ese plan, con el medio toro y sin emociones más allá de la estética, le pusieron, y con razón las peras a cuarto: como corresponde a un figura.
La emoción, toda, la puso Sebastián Castella. Y ni si enteraron. Ahora sí que estamos mal: que no se distinga la pureza del sucedáneo, jode.
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