Era el cartel fuerte de la Aste Nagusia. Aunque ahora ya no. Toca hacer otras cábalas para lo que queda de feria, que es bastante: ya lo mejor, seguro. El cartel fuerte tuvo de cara hasta las casualidades. Si servidor venía de Benassal a Bilbao y de hotel a hotel le ha tocado el mismo número de habitación --lo juro--, a Morante le volvía caer otro 'Cacareo' de Núñez del Cuvillo. La casualidad es que se llame 'Cacareo', como al que desorejó en histórica faena hace un año sobre la misma oscura arena bilbaína. Que fuera del Cuvillo es pura monotonía, y por ahí la tarde salió rana.
Corrida en conjunto informal, salvo el buen quinto y mitad del sexto, que para concluir la tarde y decantarla al petardo, se rajó buscando tablas. Una corrida de toros que no se comportó como tal. Muy inmadura, hueca, sin entrega. Sueltas las caras, con esa torpeza infantil del que no sabe cómo hacer presa, de embestir se trata, pero sin malas ideas, yendo y viniendo sin razón ni objetivo. El sexto, que tuvo un manojo de embestidas por la periferia que trazó Talavante, resumió: esto es descastamiento.
El quinto fue el mejor. Descolgando de salida, aunque de viaje no excesivo. Marcando curva, metiendo la cara. Pero siguiendo los vuelos. Un larga de El Juli para dejar al toro frente al peto, fue eterna, enroscada y a cámara lenta. El trámite de varas --como en toda la corrida, dos varas funcionariales sin más historia--, ya cambiado el tercio, necesitó del quite por lopecinas para meter al personal en faena. Más espectacular que limpio. Mejor fue que en banderillas
El Juli afrontaba una tarde de apretón gordo y ese quinto le abría un flanco por el que reinvindicarse en el mismo frente de una plaza de primera de las de verdad (salvo Pamplona), tras no estar en Valencia, Sevilla o Madrid. Su terreno y espacio, su sitio, el respeto de figura, El Juli lo transcribe y reivindica frente al toro y se ve irremediablemente en la obligación de ocupar el espacio del animal y volver a ganar el terreno. Que le sobra poder y valor está demostrado y lo demostró una vez más. Y ahí no se anda El Juli con sutilezas. Toreo de mano abajo, enterrada. Mando y sometimiento absoluto (o su intento) en varias series, atracón, tarascadas que surgen de la propia violencia del cite y la falta de espacio y ese arrimón de órdago. Metido encima, El Juli en su sitio, sin sutilezas, con todo.
¿Que podría haber dado más de sí el buen Cuvillo, el único que metió la cara y humilló? Puede ser. Pero lo guerra es lo que tiene. El Juli debería demostrar una tauromaquia más rica. Y la faena, ejemplar, no fue lo redonda que debiera para merecer las dos orejas. Ahí aguantó el tipo Matías, juez de repente en mitad de la guerra.
Al principio, a un grupo de aficionados de Madrid les dio por empezar la tarde con palmas de recuerdo y homenaje al citado faenón de Morante. Se empezinaron y lo consiguieron: las palmas se generalizaron y Morante salió a saludar. Serio y educado. La historia de desencuentros se torció entonces y así parece seguir: Morante y Bilbao ya se quieren.
Morante apareció en Bilbao con ganas de soñar el toreo. Muy para el toro en todo momento, sin renunciar a la responsabilidad de la tarde, dirigiendo la lidia y buscan do las vueltas a la informalidad de las embestidas con las que tropezó.
Con suavidad, por abajo le marcó los caminos al primero de la tarde, le pegó una media que fue luz y una quite por chicuelo sin rendodez. Y apareció el Morante que desgrana embestidas. Algo había visto, y surgió el redondo, metido el toro en la muleta, con ese temple especial y esa postura natural. Derechazos a esa velocidad que da tiempo a saborearlos dos veces --en el embroque y el remate-- y las firmas de trinchera o de pecho. Por el izquierdo no fue lo mismo, más suelto e informal el toro, de puro genio los muletazos sobre la diestra. Faena de fondo de Morante, que si remata a espadas le premian seguro.
Al hueco cuvillo que hizo cuarto, el 'Cacareo' de la casualidad, le dio opción. Pese a lo suelto y la poca fijeza, se la puso con la misma naturalidad, buscó y rebuscó y vio que no. Lo del nombre era coincidiencia, lo que sí es casualidad es eso de la casta. El acero volvió a emborronar una tarde de intachable disposición y actitud artística de Morante de la Puebla.
El Juli con el segundo trabó una faena áspera. De dos voluntades frente a frente. Uno que dice por abajo, y otro que suelta la gaita. Si por el izquierdo, regateaba, se salía y se revolvía, por el derecho en el inicio Julián le robó un par de series de gran nivel. Luego la faena se agrió y la muleta acabó con varios sietes.
Talavante se estrelló con el inválido y descastado tercero, que debió devolverse, y dejó ir por la periferia lo poco que tenía el sexto antes de que se rajara.
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