La gráfica de la feria marca tendencia descendente y cada día nos tenemos que conformar con menos. Menos toro, y el toreo en cuenta gotas para paladares finos. El público de paso tiene de sobra con una buena colección de circulares por tarde. Pero uno como que ya no sabe de qué sospechar. Diremos, para hacernos la idea, que la corrida de Salvador Domecq, con los remiendos de Román Sorando, que salió en primer lugar, y de José Luis Pereda, sustituyendo al quinto, fueron, unos por otros, mansos, flojos y sobre todo descastados y escasísimos de trapío.
Si por algo ha de pasar a los anales, que no hace falta, la única actuación de Enrique Ponce en la Feria de Julio de 2007 lo será por los tres circulares invertidos –qué feo nombre, por cierto- que le recetó al cuarto sin enmendar los terrenos. Ya me dirán, pero es que los tendidos de sol enloquecieron. Antes, la película había sido según la suele escribir Ponce, metiendo al toro en el casto para hacerlo romper siempre hacia delante. Primero con unos toreros doblones, luego con la muleta siempre por delante, tragando y haciendo tragar. Mérito, claro que sí. De oreja. Pero pedimos más, más toro, no el terciado y estrecho de sienes, aunque bien armado, que acabó pasando por el aro.
El que abrió plaza de Román Sorando no era más que un mulo que sobrepasaba los 600 kilos, destartalado, pobre de cara e incapaz de embestir, que ni Ponce, y eso ya es extraño, no pudo hacer nada.
Sebastián Castella, que repetía esta vez en sustitución de El Cid, hizo alarde de valor apurando demasiado los terrenos, pero llegó a los tendidos y él mismo manejando fatal los aceros lo mandó todo al traste. Su primera faena, mejor. Estatuarios de inicio, la muleta planchada, el cite por delante, temple y ajuste. Más cerca no se los puede pasar, quiero decir. Además, su zurda estuvo exquisita. La pena el metisaca, los pinchazos y descabellos con los que emborronó la obra.
Al quinto, sobrero de Pereda, avanto de salida y manso, le ofreció los medios. Allí lo hipnotizó moviéndole el péndulo metido entre los pitones sobrado de valor. No había más. Merecidas fueron las ovaciones, pero esa espada necesita un remedio inmediato.
José María Manzanares, que no tuvo más que abreviar con el descastado tercero, se llevó los olés más rotundos de la tarde en el sexto. Una trinchera en el prólogo, largos derechazos, algún natural, un de pecho, otra trinchera. La faena, buena, no acabó por romper. El toro, un zapato que se suelen decir, chico, cómodo y de bonitas hechuras, tomó la muleta metiendo la cara por abajo, planeando, que daba gusto. Hasta que empezó a pararse, obligando a Manzanares rectificar la colocación para extraer cada muletazo. Al final, estocada arriba y oreja.
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