JOAQUÍN VIDAL - Valencia - 25/07/1992. El País.
La afición valenciana se había desorizado y El Soro intentó resorizarla por todos los medios. Lo bueno es que no empleó ningún método bastardo sino el propio de los toreros que sienten su torería, y consistió en torear. Cómo, ya es distinta cuestión.La afición valenciana llevaba ensorizada once años, que son una barbaridad, y en tanto tiempo es natural que cunda el cansancio y se produzcan deserciones. Pero cuando anteayer Enrique Ponce armó en el coso aquel alboroto, la desorización ya fue total y los aficionados se hicieron poncistas.
No podía El Soro aceptar este súbito emponzamiento -es lógico-, concertó recuperar de inmediato su hegemonía torera, y lo intentó entrando a quites en todos los toros. No es muy seguro que el poncismo antes sorista se lo agredeciera. Estos públicos que se ensoran, o se emponzan, o incluso se espartacan -de todo hay- sólo aprecian lo que puede encender su triunfalismo, y ésos son los pases de muleta. No por nada, sino porque los pases de muleta están más próximos a la concesión de orejas. Los quites, en cambio, quedan lejanos, y los olvidan pronto. Distinto es el caso de los aficionados sin militancia -los que le tienen afición y ley a la fiesta, no a los toreros-, los cuales, en cuanto ven algo bueno, se pasan la vida rumiándolo. Y entre los variados quites de El Soro, hubo muy buenos lances.
Sus compañeros de terna no es que los dieran mejores o peores: es que no dieron ni uno. Los compañeros de El Soro, en el tercio de varas estaban de mirones y ni locos se les habría ocurrido hacer un quite. Concretamente el compañero Espartaco había establecido su mirador a la derecha del caballo, que es lugar prohibido. No sólo él: sus banderilleros también. Colocado en suerte el toro, la cuadrilla entera se situaba a la derecha, sencillamente porque les daba la gana, y aquello era un bofetón a la norma y a la lógica de la lidia. La afición purista estaba escandalizada y comentaba que por menos perdimos Cuba y Filipinas. Luego los toros de Espartaco eran unos borreguitos inocentes, y triunfó sin esforzarse. Nada especial hubo de hacer ni para dominar a los sumisos borreguitos ni para complacer al espartacado público. Pegó pases sin cruzarse ni cargar la suerte, mató pronto. Eso es todo.
Amostazó a la afición que los únicos toritos aborregados e inválidos correspondieran a Espartaco. La afición ya está muy mayorcita para creer en las casualidades. Los restantes tenían trapío, fuerza y casta, y esos sí que era necesario dominarlos. Emilio Muñoz toreó a los suyos con vulgaridad, y despegado El Soro. No eran maneras de resorizar a nadie, mas resultaba evidente que El Soro no se fiaba de sus toros. Y tenía razón, pues el sexto le enganchó por la faja y le zarandeó con la saña que los toros de casta ponen siempre en las cogidas. Fueron instantes angustiosos. Y cuando El Soro se incorporó, y siguió toreando maltrecho, a la afición valenciana le entraron remordimientos, algunos exclamaron "¡Qué hemos hecho, Deu meu!" mientras se daban de puñadas en las barbas, y todo el mundo se empezó a resorizar a marchas forzadas. Si llega a matar El Soro a la primera, Valencia se habría hecho sorista otra vez. Pero como mató a la última, la cuestión hegemónica del poncismo y el sorismo quedó aplazada. Hasta las Fallas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
comenta si te apetece