También hubo amargura, porque Ángel de la Rosa se vio incapaz de salvar las guadañas afiladas del cuarto a la hora de matar, hasta el punto en el que todavía no he dejado de pensar todo lo que se le tiene que pasar a un hombre vestido, en este caso, de burdeos y azabache, para volcarse sobre aquel abismo encampanado cuando sabe que justo al otro lado se encuentra la más grade de las glorias. Y también hubo esbozos de drama cuando un torero como El Renco a porta gayola ve acercarse al paso a un bicho de 600 kilos paso a paso recién salido de oscuro túnel de chiqueros, el toro mismo que le abrió la taleguilla a la altura de la ingle al subalterno Muñoz Bermejo tras dejar un par en todo lo alto.
Pero sobre todo, hubo uno que tocó el cielo con toda la palma de la mano y fue Tomás Sánchez. Imposibilitado ante el primero que no tuvo ninguna inercia para embestir por más que se colocase el de Rocafort en rectitud, fue en el quinto en el queTomás Sánchez se despojó de toda la torería que atesora y al marcado con el hierro de Abilio y Ramiro Hernández, el segundo hierro de Los Bayones, le cuajó una gran faena por naturales.
Poso, espuma y espesura, caldo completo de torero el de Tomás Sánchez, que se reveló en los tres tercios. En tono menor con la capa, en un gran tercio de banderillas y en una faena de muleta compacta e inspirada. Cierto es que Bailador, que así se llamaba el toro, salió con clase, haciéndolo todo por abajo, peleando en varas con fijeza en dos puyazos en regla y que llegó a la muleta como si fuera un examinador del valiente de turno que se le pusiera delante. O la gloria o la nada.
Inicio arrojado con ambas rodillas en tierra, una primera serie con la diestra, y de ahí a la zurda. Series largas, templadas, profundas, cargando la suerte, el torero enfrontilado. Enganchando por delante el viaje, haciendo crujir al toro detrás de la cadera. De hasta cinco naturales así de largos y el de pecho de corazón. Cada vez más despacio, con toro y torero, ambos, en suerte. Hasta cuatro series, el torero amo y señor y el toro que acabó marcando los adentros. La estocada, arriba, dos orejas de ley.
Era la viva imagen de la felicidad, la que contagia al aficionado, y a la que a cualquier torero le debe revolver las tripas. Más, cuando uno todavía anda cavilando por el tremendo fielato que le terminó amargando. Si no, que se lo pregunten a Ángel de la Rosa.
De la Rosa le había cortado una generosa oreja al que abrió el festejo, inválido y noblón, era el primero de los dos que salieron con el hierro de Abilio y Ramiro Hernández, tras una faena holgada que contó con el apoyo del paisanaje y que rubricó de una estocada de la que salió prendido del pitón.
La apuesta definitiva la puso sobre el albero Carasucia, con 580 kilos en la báscula, burraco de tremendo trapío y dos velas astifinas, de mazorca como el nácar y pitón negro. Salió incierto, llegando mucho a las telas, suspendiendo a caballo y picador en el aire y sembrando el desconcierto en banderillas. Una papeleta, que suelen decir.
Ángel de la Rosa se dobló por abajo. Bien. Se la echó a diestra para tragar con el medio viaje del toro. La emoción palpitaba a alta velocidad cuando agarró la muleta con la izquierda y se la echó. Brincó el olé en los tendido. Más abajo el cite, el toro engallado durante toda su lidia por fin humillaba y seguía los vuelos rebosantes de temple de la muleta de Ángel de la Rosa. Ceñido, apretado en un puño, surgía el natural limpio, mandón, cargando la suerte, marcando el viaje, por abajo y largo. Y otro más. Por fin, De la Rosa había impuesto su ley en tres series cortas, de tres y el de pecho. Volvió por una serie al toreo en redondo, que surgió de nuevo templado, también relajado y embraguetado. Luego, cambio de mano, y en el sitio ligado el natural. Otra serie, la faena hecha, el torero dominador.
Pero a la hora de matar, Carasucia volvió a colocar los pitones en lo más alto. Qué se le pasaría por cabeza a De la Rosa cuando antes se había colgado de un pitón. Se le hizo imposible, dejó al tercer intento un pichazo, sonó un aviso, y el descabelló se le enredó más todavía, sonó un segundo aviso y por fin el toro que se echó. Maldita sea.
La voluntad de El Renco estuvo al nivel de la tarde. Poco le faltó, sólo acertar con el acero, para tocar pelo en su primero, franco y de nombre Libretito. El Renco se mantuvo firme y sin redondear toreó sobre ambas manos con mando. En el sexto, el pavo de 600 kilos de nombre Gañito, y conforme se había puesto la tarde, se fue directo a la puerta de chiqueros. Le salió al paso el toro, deslumbrado, el torero tuvo echarse al suelo para no ser arrollado y salvar el pellejo. De recuerdo le dejó un pisotón a la altura de la rodilla a El Renco, que le dejó baldado.
Gañito sembraría el pánico con tres tremendas coladas por el derecho y en banderillas apuntando de ingles hacia arriba. Coraje y voluntad, lo puso todo El Renco hasta que se fue rendido a por la espada. No podía más.
En tarde de emoción, casta y torería, la felicidad era toda para Tomás Sánchez, que se iba por la Puerta Grande.
Imágenes: Rafa Mateo, para Burladero.
2 comentarios:
enhorabuena por la corrida de ayer, y por las crónicas que nos has dado todos los días.
Un saludo, Andrés.
No hay de qué, Rober. La feria la hemos pasado cabreándonos lo justo y se acabó con buen sabor de boca.
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