22 agosto 2007

desde bilbao: bisutería (asti)fina

La corrida de Torrealta fue un engañabobos. Tal cual. Bisutería (asti)fina, de esa que a las dos puestas pierde brillo y esplendor. Salió el quinto, descarado más que ninguno en la temporada. Colorado, con dos pitones enormes, vueltos y aviesos, se suponía, y resulta que fue noble y logró mantenerse y moverse. Y así, a menos, mucho menos, el resto. Flojos por norma, sólo cuarto, sobre todo, por seriedad en su comportamiento, y quinto, por noble, dejaron para la tertulia.

Al quinto lo rompió Castella en redondo, primero al tuntún, con buenos pasajes. Tras dos series, en el intento al natural el pavo se quedó con la franela entre las pezuñas, la siguiente con la diestra fue ligada y despaciosa. La respuesta en Vista Alegre, un clamor. Volvió a encontrar el espacio y la faena no hizo más que crecer; temple y valor. La zurda era necesaria, la del valor y el dinero, pero otra vez: no cuajó. No era igual ni el toro ni el temple del torero. La espada hirviendo y la faena, tras los circulares preceptivos, hecha, avisada ya entonces. La estocada se le fue atrás y caída, muy fea, sonó en el encuentro un golpe con la madera. Otro fallo, ya cualquier premio se esfumaba.

Ahí tocó techo una tarde renqueante, repleta de estampas, las de los torrealtas al saltar al negruzco ruedo. Luego, poco. Sobre todo en los tres primeros capítulos. Corto, hondo, ancho, con cuajo y badana. Hizo sonar el estribo, El Fandi jugó con él en banderillas y al final quedó inválido.

A El Fandi, a su favor, apuntarle la variedad de capa: largas de rodillas, verónicas, chicuelinas, tafalleras, tapatías, y claro, los pertinentes espectáculos con los palos. En su contra, que no le buscase las vueltas al cuarto. De nombre Orfeón, tremendamente serio, musculado, apretado de carnes, tanto que en la primera vara puso tensión todo su cuerpo y parecía que iba reventar. Serio por estampa, también en todos sus movimientos. Exigiendo colocación y temple, se encontró con un Fandi que prefirió quedarse al hilo. Así el toro medía, se lo pensaba y la terminaba tomando y se iba largo, para luego otra vez quedar al acecho, pero le faltaba retador.

Alejandro Talavante estuvo como borroso, y eso creo que ya lo dije alguna vez. Mejor, espeso y reiterativo. Vale que su primero era un inválido, que era su presentación en Bilbao y que el arrimón era el único argumento y que hasta cierto punto estaba justificado. Más allá, no; pero hasta allí que se fue.

El sexto tuvo algunos movimientos más, pero el compromiso de Talavante se quedó en la quietud, no se cruzó entonces; sí luego, ya metido entre los pitones, a toro parado, asustando al personal, que terminó pidiendo que lo matase. Con la espada estuvo mal.

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