El concierto de Manta Ray y Micah P. Hinson era un mano a mano rematado sobre las tablas del Greenspace de Valencia. Luego también lo asentimos. Programado por El Lorito y Tranquilo Música, reunió probablemente a aquellos y aquellas que saben de esas dos bandas, exceptuando algún despistado y algún melómano que prefirió quedarse recostado en el sofá. Tienen razón estos últimos, cuesta y más si es la primera noche en la que ya empieza a refrescar en serio y hay que echar al hombro la chupa de entretiempo. Otros pensarían al contrario y sacarla a pasear de una vez les parecería todo un aliciente. La excusa perfecta, el antitético mano a mano.
Los chicarrones del norte de Manta Ray y el penúltimo enfant de Memphis, sonidos alejados y un mismo concepto, desde la calidad: el de la apabullante sobriedad. Venga ya, la madurez profunda de los Manta Ray y el descarado enraizamiento de Micah P. Hinson dejó colocado al público.
Manta Ray no tropezó en la acústica, a veces doliente de los viejos almacenes, al contrario cada cuerda sonaba nítida y brillante. Arrolladores y en perfecta cohesión los cuatro (Nacho Álvarez, Xabel Vegas, Frank Rudow y José Luis García), su repertorio en el que predomina la instrumentación sonó alto y claro. Y la personalidad de la banda, intercambiando instrumentos, haciendo canciones tan secas como para meter dos bajos, buceando las guitarras en la melodía y la batería clavando cada sacudida. Y todo sin alharacas, con sobriedad, en vueltos por una luz blanca, sin colorines, porque para qué: bendita sea la complicación musical de Manta Ray, qué se vea.
Micah P. Hinson, en cambio, sí que tiró de luces de colores, casi siempre tenues, pero también como que dio lo mismo, que la gorra ni se la quitó. Todo un personaje, tiene literatura. Siendo un adolescente se enamora de una modelo en decadencia, lo prueba todo, pisa la cárcel y con un buen puñado de canciones llega hasta donde está, con tres discos en su haber, guitarra a cuestas y el apoyo esporádico de la batería.
Es de Memphis, su voz grave y rasgada lo dice todo. También los cigarrillos que prendió, casi tantos como canciones. Es el folk, americanamente profundo, brillante, irónico y ágil con la guitarra, a susurros, acabó tronando y luego volvió y homenajeó a Leonard Cohen con la eterna “Suzanne”. Entre medias, por ejemplo, la feliz (¿?) por country “Diggin’ a grave” o “It’s been so long”, dos piezas de su “…And the opera circuit”, útima entrega de una discografía que crece a disco por año desde 2004 y que es tan recomendable como su directo, que estuvo bien, pero dejando esa sensación que te lleva a la pregunta de hasta dónde puede llegar este Micah.
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