Aquel tercio de varas protagonizado por Efrén Acosta puso la plaza en pie. Mexicano de estampa, montura cubierta por tela blanca, fue derribado en el primer encuentro. Se levantó aguerrido, lanzó la vara a la cruz y puso la plaza en pie, emocionados los tres cuartos de aquel día. Auténtica conmoción aquel tercio de varas.
En Valencia no hay aficionado, periodista, curioso o pesado de turno que no evoque aquella tarde y le pida valoración al mismo ganadero cuando se lo topa por cualquier mentidero o hall de hotel. No sé si será la más importante o la más completa. Por ahí andará en un apretado podium. Al mismo ganadero no le suele costar situarla por encima de la conocida como "la corrida del siglo", por lo que podría llamarse "la del nuevo milenio".
Fue una corrida intensa. Brava. Emotiva y emocionante. No fue grande, pero si con todo el trapío y la seriedad. Hubo drama y también gloria.
He buscado y rebuscado mis notas de aquella tarde, y nada. Que me toca introducir el post de memoria. Del cartel anunciado, Esplá, Liria y El Califa, quedó con Zotoluco, Óscar Higares y José Luis Moreno por estar los primeros heridos. Al acabar también lo estarían Higares y sobre todo Moreno, que después de torear como los ángeles cuando torean de con la mano bajísima, tras un pinchazo se volcó poniéndoselo fácil al victorino aquel, astifino como todos. Zotoluco se jugó el tipo y tuvo su mayor tarde de gloria en España y a Higares otro por poco le arranca la mano.
Fue tarde por la que también pasó a la historia Amparo Renau, presidenta del festejo. No hubo aquel día ni una mísera vuelta al ruedo a ninguno de los seis victorinos. La historia ahora tal vez dice que aquel día se escapó algún buen semental.
Aquí una pequeña colección de las crónicas de aquel día. Joaquín Vidal, que tituló de manera informativa, Cogida grave de José Luis Moreno, decía así:
El tercer victorino le pegó una cornada tremenda a José Luis Moreno. No es que resultara espectacular; por el contrario parecía que el toro simplemente lo había derribado.
Ocurrió al entrar a matar. Moreno, que tenía en puertas el triunfo después de su valerosa faena -las emociones que provocó la casta del victorino fueron muchas, el público estaba entregado- pinchó en su primer intento de volapié. Y al segundo, sin duda por asegurar la estocada, se volcó.
Visto y no visto, Moreno cayó al suelo y cuando se incorporó llevaba una copiosa hemorragia en el muslo. Las cuadrillas, los otros matadores, corrieron a socorrerle, lo auparon a puñados, lo trasladaron en volandas a la enfermería y si el torero llevaba un rictus de dolor intenso, el de quienes lo portaban era de espanto. Cuando volvieron iban todos ensangrentados.
Se temió lo peor, ya puede imaginarse. Hasta que de la enfermería llegaron pronto noticias de que la cornada, ciertamente grave, no comportaba especiales complicaciones.
Una oreja premió la faena de José Luis Moreno, que había tenido al público en vilo. El toro, uno de los más chicos de la feria, sacó una casta excepcional, y pues embestía recrecido y perseguía codicioso el engaño, cada pase que le daba José Luis Moreno se convertía en un pasaje angustioso.
A la agresividad del toro correspondió José Luis Moreno con ambición de triunfo y torería, y logró ejecutar tandas de redondos y naturales, estupendamente rematadas con los pases de pecho. Entró a matar... Y, en fin, acaeció el infortunio.
La primera mitad de la corrida estuvo muy argumentada por la casta de los toros y el valor de los toreros. Óscar Higares le hizo larga y no siempre bien conjuntada faena a un toro pastueño que seguramente mereció más arte en la ejecución de las suertes.
En cambio con el quinto estuvo valentísimo Óscar Higares. Y pese a sufrir una aparatosa voltereta al salir de un derechazo, de la que resultó con dos dedos fracturados, continuó pundonoroso, desmedido en su generosa entrega, y se llevó otra oreja que el público valenciano solicitó por aclamación.
El triunfalismo -podríamos llamarlo orejismo- vivía su tarde de gloria. Los orejistas convencidos recibían en esta corrida el desquite de la penuria orejil habida en la feria, con una lluvia de orejas no siempre bien distribuida. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Y si son orejas, dará igual, es de suponer.
Las obtuvo en mayor cantidad Zotoluco, que cortó tres -una por toro- merced a tres lidias llevadas con autoridad y maestría; merced a tres faenas de muleta realizadas desde la valentía y concebidas con sentido dominador.
Una atención especial merece este Zotoluco, venido de México a principio de temporada, que está demostrando unas cualidades singulares en la interpretación del arte de torear. En Valencia, como antes en Pamplona y en Madrid, desarrolló un toreo perfectamente ajustado a los cánones, y de muy honda y muy auténtica interpretación.
México -la tauromaquia mexicana, se quiere decir- dejaba su impronta en esta función de la feria valenciana, desde luego con Zotoluco y quizá aún más con su picador Efrén Acosta, que dio una inesperada y bellísima lección de toreo ecuestre.
El cuarto toro, bravo y poderoso, lo derribó con estrépito y aunque querían llevarlo a la enfermería, Efrén Acosta se negó. Montó de nuevo el jamelgo, botó sobre la silla mexicana que había sacado, y citó al victorino. De muy lejos se arrancó el toro, Acosta lo esperó de frente con la vara en alto, y un punto antes de producirse el encuentro la tiró al morrillo, se apalancó en ella deteniendo la acometida y vació la suerte dando limpiamente la salida al toro por delante del caballo.
Una ovación de gala premió el puyazo de Efrén Acosta-¡lo mejor de la feria!- y después Zotoluco le brindó el toro.
La corrida de los victorinos pudo ser memorable. Si no fuera por las cogidas cabría decir que constituyó un gran espectáculo.
Moreno es uno de esos toreros que se pierden por ahí entre unas cosas y otras, cuando podría haber sido un figurón. Merece una segunda oportunidad, ya que condiciones no le faltan.
ResponderEliminarUn saludo.