El pasado fin de semana debuté en Albacete. En su feria, de la que sólo puedo contar bueno, y en su plaza de toros que también me gustó. Le queda al ambiente de la plaza el sabor de lo que debía ser la fiesta en Castilla cuando se corrían toros en las plazas de los pueblos en blanco y negro. Por lo de más, el toro por encima, salió con trapio más que suficiente para ser lidiado en alguna plaza de primera como la de Valencia.
El primero de Salvador Domecq que le correspondió a César Jiménez fue un torazo, largo, serio y hondo que acabó por embestir como los ángeles por el izquierdo. Jiménez salió a hombros esa tarde con una y una. La corrida fue noble y un lujo para el torero. Bravo fue el sexto con el que se peleó el local Andrés Palacios, muy querido por sus paisanos que lo vieron salir también por la puerta grande. Serafín tuvo menos opciones y no demasiada confianza. Lo de Zaragoza debe ser difícil de borrar.
El domingo fue la de Adolfo Martín, que pese a bascular por debajo de los 500 lució un trapío y seriedad de mucho cuidado. Tuvo casta, sí, aunque se la guardaban. Echaban el freno al enterarse. Las embestidas las ponían caras. Bueno fue el tercero que se iba de largo a la muleta de Luis Bolívar. Con el quinto, enrazado, pasó demasiados problemas Diego Urdiales que siempre era sorprendido.
Primero y segundo tiraban a dar y lo mejor era no darse coba. Con el cuarto El Fundi dio una nueva lección de sobriedad, valor, torería y de cómo se matan los toros. Y me pasa como en el blog Sol y Moscas, que me toca echar mano de Toro, Torero y Afición porque resulta que me dejé la cámara de fotos en casa de los amigos que tan bien nos acogieron y hasta el viernes no la recuperaré.
Entonces, lo que va a pasar es que la próxima semana haremos odiosas comparaciones con lo visto en Albacete y lo que veamos en Barcelona, porque a allá también vamos.
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