Con todo el revuelo que se había organizado en los medios taurinos y extra taurinos, cuando la dichosa medalla a las Bellas Artes concedida a Francisco Rivera Ordóñez ha estado en la sopa día tras día, semana tras semana, que hoy la plaza no se colmara hasta la bandera resulta clarificador. Y me parece incluso una buena noticia. Porque la fiesta es otra y nada tiene que ver con ésta. Porque si el medio toro apenas sirve, menos todavía con el toreo de chicha y nabo.
Aplíquense el cuento matadores, apoderados, empresarios y ganaderos. Porque tardes como ésta rebajan todavía más --por increíble que parezca-- el prestigio de la plaza de toros de Valencia y la igualan con cualquier plaza de tercera, con todos los respetos hacia ellas.
Porque si hasta ahora un tal Ponce, un tal José Tomás, un tal El Juli, un tal Sebatián Castella o un desconocido Rubén Pinar han dado sentido a la feria y han sido capaces de trascender con el medio o cuarto y mitad de toro, lo de hoy ha sido para gritar "¡Hasta aquí hemos llegado!"
Porque que un 17 de marzo en Valencia y en plenas fallas, y con la que ha caído, no se llene la plaza de forma oficial y sólo en apariencia, es un fracaso para los mediáticos. Quiere decir eso que no hay tanto público triunfalista o que si lo hay, sin duda, prefiere que le den algo más a cambio.
Así, lo sucedido esta tarde ha sido como fingido. Ha carecido de intensidad y la mayor parte de la tarde ha pasado como que dando igual casi todo. En los tendidos estaban los fanáticos y las groupies dispuestos a berrar un olé sin duda fofo, y entre ellos los sufridos aficionados, que se miraban unos a otros, incluso de punta a punta de la plaza y se encogían de hombros como queriendo decir "este no es mi sitio". Y es cierto, tardes así descentran a cualquiera y levantan la pregunta de qué he hecho yo para merecer esto. Y aguanta que ya queda menos. Y no le pidas más a Rivera Ordóñez o a El Cordobés, pues es lo que hay.
El reciente medallista de estirpe se ha cobijado bajo los tendidos de sol y ha sacado el pico. Si toreaba por el derecho tocaba al izquierdo, si intentaba lo que en los libros llaman natural se ponía en Sebastopol, y así. De cuando en cuando una mirada al tendido, un rodillazo, un desplante y pim pam pum. Hasta ahí su reconocido bello arte al que se le ha añadido en los últimos tiempos el número de las banderillas, pero a ser posible en el segundo del lote y a toro pasado. Y un par de estocadas caídas y efectivas.
Ni tampoco te pogas exigente con El Cordobés, que aunque intenta pulir sus formas, su toreo sigue siendo propio de otras plazas de menor entidad por las que se mueve como pez en el agua. Y Valencia como está a medio camino, pues traga hasta cierto punto. También apegado al sol ha intentado desplegar todos sus recursos infalibles, rana incluida, entre el público festivo. Pero cuando trataba de meter la cabeza alguien ha dicho, hasta aquí.
Así y todo, los dos han cortado una orejita que les ha dado para pegarse cada uno una vuelta al ruedo de antología. Con la sonrisa bien abierta y parándose allá donde caía una prenda. No, si en el fondo son buenos tipos los dos y caen simpáticos.
César Jiménez es de otra liga, aunque no se sabe muy bien de cuál, pues cada vez parece que encuentra más impedimentos. Seguro que encajaba mejor en cualquier otro cartel y más en Valencia. Pero qué se le va a hacer si no cabía en otro. Pues éste. Jiménez ha estado animoso y ha entrado en quites. Ha hecho lo posible por trascender y si algún olé ha sonado cuajado, se lo ha llevado él. Ha estado aseado con su primero, con el hierro de Jarrama. Lo ha cuidado, ha estado pulcro en redondo y al natural se empecinó hasta lograr el acople. Estocada desprendida, aviso, descabello y ovación. Al sexto, de nula entrega, trató de robarle los muletazos y apretó las distancias para qué menos cortar también una orejita y empatar.
La corrida, con aroma a aftershave, tuvo dos ejemplares de Sánchez-Dalp. El primero era una birria que se vino arriba en el último tercio con bendita nobleza. El segundo, anovillado de tan recortado que era, muy en núñez las defensas, mugió un buen rato, se le masacró en varas y pese a todo humilló. El tercero, de Jarrama (procedencia Guadalest), burraco de pelo, agradable de cara y sin trapío, no se picó y llegó entero al último tercio aunque acabó apagándose. De Manolo González el resto, el cuarto tuvo fijeza y buena clase mientras duró. El quinto resultó impresentable y no presentó problemas. Y al sexto, sin trapío, le faltó entrega.
1 comentario:
Ayer los aficionados no teniamos que haber ido a la plaza, dejando el asiento vacío en señal de protesta.
Yo me fuí a Castellón a ver la novillada. Una mansada de Fuenteymbro, pero siempre más interesante que el espectáculo del "colorín, colorado". Y Serolo quiere repetir ...
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