En la plaza hubo mucho más que un novillero. Un novillero solamente no es más que un proyecto de torero. A partir de ahí son cientos los que acaban desengañándose, algunos los que dan el salto por casualidad y otros, muy poquitos, los que de verdad acaban finalizando el proyecto de ser torero. Es decir, matador de toros. Luis Miguel Casares, por lo mostrado esta tarde, está en ése último apartado y sería una decepción que no llegase a todo lo que apunta.
Mimbres tiene de sobra. Temple, valor, seriedad, inteligencia y buen concepto. Y por lo visto, es capaz con el regular y con el menos regular. Su padre, Justo Benítez, estará feliz. Porque si no triunfó en la tarde de ayer en Valencia fue porque la maldita casta le ordenó al novillo que se levantará y luego vino la lotería del descabello. Porque tras la oreja cortada a su primero, era la salida por la Puerta Grande lo que se barruntaba una media plaza, que al final acabó llevándose un chasco al ver al tal Casares sin perder la compostura ni mudar el gesto, pero con una tremenda paliza en el cuerpo y sin la salida en triunfo.
Cosas de torero importante son por ahora las que tiene. A su primero lo veroniqueó con suavidad y temple. Y eso del temple parece que lo tenga como virtud innata y puede ser el cimiento de muchas cosas. Huidizo el de Garcigrande, en terrenos de chiqueros lo persiguió, se metió entre los pitones, voló un par de metros arriba, ni se miró y siguió persiguiéndolo hasta que en el tercio le dio unos circulares por aquí y por allí, y otra vez, siempre por debajo de la pala la franela, hasta quedar claro todo aquello que hemos dicho hasta aquí. Luego se tiró a matar, y lo mató. Oreja.
En el quinto dio una lección de lo que es estar en novillero a carta cabal. De los que quieren ser torero y saben cómo es el camino y toda la dureza que entraña y no tuercen el gesto. De los que, aprovechando que pasamos por Valencia, están a la altura de cualquier circunstancia. Un novillo manso pero con motor y sin claridad en su embestida, se encontró delante a Luis Miguel Casares, que lo saludó andándole hacia atrás buscando los medios, que se dobló con él de inicio y que toreaba con mando con los vuelos de la muleta, obligando a romper al animal.
Tal vez más claro por el derecho, por el izquierdo algún atragantón, pero el novillero sin desestimar ninguno de los dos y tratando de hacer el toreo en todo momento con la cabeza muy fría y sin impresionarse. Así se llevó otra voltereta que le dejó algún varetazo, pero que no le quitó las ganas. Al contrario, era un incentivo más para seguir arreando siempre hacia adelante para hacer el toreo por abajo, con lo que le cuesta a tantos. Y en esas vino otro volantín, y lo mismo. El novillero hacia adelante hasta que allí quedó del todo claro que él era el que se había impuesto. La estocada quedó algo trasera y el deseo de todos a corto plazo no pudo ser. A medio y a largo se verá, pero diremos que sí.
La novillada, con tres de Domingo Hernández (1, 3 y 6) y tres de Garcigrande (2, 4 y 5), fue mansa, encastada y manejable. De los seis destacó el cuarto, de nombre Dédalo, un novillo de escándalo y triunfo gordo. Le correspondió a Miguel Giménez, que se llevó el lote y lamentablemente no dijo todo lo requerían sus novillos. Pases dio muchos y la mayoría académicos. Pero de lo que se dice torear --mandar, someter, conducir la embestida--, más bien poco. Siempre muy al aire de los novillos, del primero que de tan dulce y noblón parecía tonto y del quinto, que fue una máquina de embestida humillada y con transmisión más que suficiente para llegar al público y más, pero lo de Miguel Giménez tuvo tanta voluntad como escasa enjundia.
Rafael Castellanos se presentaba ayer con picadores y se pasa los inviernos en Ambiciones, con Jesulín de Ubrique, que andaba por el callejón. Nos lo dijo María José Campanario, la mujer de Jesús, que estaba presenciando la novillada en una barrera de sombra. Tiene buenas formas y también la ternura propia del que empieza, pero enseñar pudo enseñar bien poco. Su primero fue pura basura y el sexto fue sólo un poco menos malo. El novillero trata de darle hondura a su toreo y monta la espada levantando el acero tanto o más como lo hacía José Miguel Arroyo.
El de Castellanos es un proyecto que acaba de empezar. En cambio del de Luis Miguel Casares los aficionados se decían unos a otros "hay torero, hay torero".
1 comentario:
Ayer salieron novillos indignos y sospechosos, también 2 de buena presencia. Giménez desaprovecho un buen lote, en el 1º parecia un poco más firme, pero en el 4º la bravura lo desbordo. Casares puede tener futuro, pero como todos los principiantes tiene mucho que corregir. Ese es el problema, que nos hemos tragado 3 novilladas en la feria de Fallas que sólo eran dignas de novilladas de promoción. Castellanos otro debutante, más de lo mismo.
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