26 agosto 2011
aste nagusia/ un corridón de alcurrucén
Corridón el de Alcurrucén en Bilbao. Seis toros de seis. Porque incluso el peor valió para cortar una oreja. Tarde para revalidar azulejo, para repetir como triunfadora --ya lo fue en 2010-- de las Corridas Generales y desbancar a Núñez del Cuvillo. Las orejas están demás. Hubo casta, siempre, en innumerables matices. Y también toreo, mucho toreo por parte de Enrique Ponce, Daniel Luque y David Mora, que sustituyó a Iván Fandiño. Y hubo también demasiado viento, tanto que la corrida hubiera sido todavía mejor. Es lo único que sobró.
El marcador dice que David Mora y Ponce se llevaron una oreja. Pero la tarde en su conjunto dijo mucho más. Algo tendría esta corrida que eligió Ponce en --su-- Bilbao ni más ni menos, sin figuras que lo acompañasen. La elección dio en toda la diana, vaya que sí.
Una de Alcurrucén muy en núñez. Seria, estrecha, de mazorca blanca, con peso, pero sin carnes que sobrasen. De fría salida y casta que se calentaba a fuego lento, conforme avanzaba la lidia. Plantando cara al peto con fijeza y sin repucharse de malas formas. Todos de dos puyazos. De boca cerrada hasta el final, hasta la misma muerte. Todo por abajo, y más cuando se le obligaba por ahí, si se le hacía el toreo. Sólo el segundo tuvo peores formas. Un toro de apariencia antigua, como su comportamiento. Muy añejo: cara arriba, sin emplearse; quedándose a mitad del muletazo y a la altura del sobaco, pero sin malas intenciones. Una vez ahí no rebañaba. El que sí que no dejó ni gota fue David Mora.
Muy torero y valiente, siempre cruzadísimo, tragando con aquello que venía por arriba del palillo. La seriedad del trasteo fue el argumento. El trato, como si el toro fuese el mejor del mundo. Y es que lo era. David Mora era más consciente que nadie de lo que costaba la sustitución, su segunda tarde en esta Aste Nagusia. Por eso no rehuyó jamás al pasarse por la faja esos pitones puestos como los del viejo uro y a cargar la suerte una y otra vez. Bilbao fue consciente de todo lo sucedido. La estocada, perdiendo la muleta, fue un espadazo soberbio del que salió el toro rodado de forma espectacular. Oreja de mérito.
Enrique Ponce, en su paseíllo número 52 en Vista Alegre, plaza que el próximo año cumple medio siglo, volvió a demostrar una entrega total. Perfecta comunión del de Chiva con El Botxo. Tarde más que notable.
El primero empezó a marcar la tarde. Frío de salida, se emplazó, los capotazos, todos, fueron para fijar la suelta embestida y los puyazos fuertes. El único que no le andó para atrás con la capa fue David Mora, que quitó por chicuelinas atragantadas.
El arranque de faena de Ponce fue por abajo y sin dilación se puso a torear en redondo. Serie larga y muy ligada. Así, de primeras. El toro respondió con nobleza. Soplaba el viento y el sentido común reinante aconsejaba no irse a los medios. Así, sucedió todo en el tercio, entre las rayas y en el tendido tres. El toro de gran nobleza no quería encimismos. Y sí dos veces se quedó Ponce más cerca de lo debido, el animal se violentaba. Temple para conducir la noble embestida, que se iba larga. Una y otra vez. Muy enroscado el toreo. Las series, en cambió, no se alargaron. Cuatro, tres y el de pecho. Distancia y la muleta siempre puesta. Otros terrenos hubieran sido mejores, pero sucedió todo ahí, en no más de cinco o seis metros cuadrados. Más intensidad conforme avanzaba, el toque secó y abajo. Con la zurda, media tela abajo. Con el toro más arisco cuando se le quedaban encima. La última en redondo, con cambio de mano incluido tuvo el remate de un de pecho de pitón a rabo q acabó en desarme. La espada no quiso entrar y quedó en ovación.
El tercero, un espectacular berrendo en chorreado y calcetero, fue una auténtica delicia. Para los sentidos y para el toreo. 'Cigarrero' su nombre. Le tocó a Luque, que le puso a la faena más estética que fondo. Bravo, encastado y de embestida pastueña que se dormía tras las telas. Un toro que fue a más, incansable tras las telas, sin respiro. Y en terrenos de afuera, Luque contra viento y marea, gustándose en Bilbao. ¿Si había sido de una la actuación de David Mora, cuánto valía la de Luque? La pregunta quedó en el limbo. Las espadas fallaron.
La pregunta nos la volvimos a hacer con Ponce, que cortó una oreja del cuarto, otro gran toro, 'Pelucón', colorado y chorreado, de gran embestida aunque fue el que más acusó las querencias. De capote no se le forzó jamás en manos de Ponce o su cuadrilla. Sólo, otra vez, fue David Mora quien hizo el quite por gaoneras y toreó para lucirse de capa a un toro de Ponce. Y Ponce ni lo intentó. Se lo guardó todo para la faena de muleta.
Doblones de inicio, gran fijeza del alucurrucén y hocico a ras de arena. La muleta de Ponce medida y templada. Mejor y más enganchado en todos los aspectos en redondo. El natural surgió tropezado uno, largo y limpio el otro. De rayas para afuera, pese al viento que impidió que la faena creciese del todo. El transcurso llevó a toro y torero y a las tablas. Y allí sucedió la explosión del toreo por abajo y genuflexo. Las poncinas por aquí y por allá, eternas; naturales a pies juntos en busca de la puerta grande y los doblenes para cuadrar al toro y un cambio de mano sublime. Vista Alegre hervía. Espadazo desprendido: una oreja, la petición y el fortín infranqueable de Matías González. La razón la tienen todos.
Y ya llevábamos tres toros importantes. Y quedaban dos. El quinto fue más áspero o puso más complicaciones. Galopaba, se arrancaba de lejos al cite. David Mora le dio coba, distancia, ventajas y mano baja. Pero esa inercia la fue recortando hasta quedar exigenteen la muleta. Tomándola con mucha vibración y volviéndose pronto. Tanto, que quedó para tres y el de pecho y no abusar mucho más. Por el izquierdo al ver que el derecho se agriaba, probó: largura, cada vez menos y pitonazo a los alamares.
El toro se crecía y Mora, todo valor, no acabó por dar con las distancias y apretar las teclas correctas. Los finales de serie se le atragantaban. Pinchó y dejó otra gran estocada.
El sexto manseó en exceso. Muy reservón, su mayor afición fue escabar y pensarse tomar la muleta más de lo debido. Pero cuando decía voy era otro lujo. Sólo había que ponérsela abajo, hacer el toreo. Descubrirlo fue el gran mérito de Luque. No era fácil y lo consiguió por momentos.
Tenía importacia eso y todo lo que sucedió en la tarde. Fue gracias a una corrida completa y encastada de Alcurrucén --que quede claro-- y a una terna dispuesta y capaz. Lo del viento fue la mala pasada.
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