Quinto festejo de la Feria de Julio. Plaza de toros de
València, 27 de julio de 2013. Toros de Juan Pedro Domecq (1,3 y 5) bien
presentado pero muy mansos, parados y descastados y Victoriano de Río
(2, 4 y 6), menos ofensivos por delante pero bien rematados. Destacó el
excelente segundo por encastado. Morante de la Puebla (silencio,
silencio y una oreja tras aviso) y Alejandro Talavante (oreja, silencio y oreja tras aviso).
Tres cuartos de aforo (cerca de los 8.000 espectadores). Se guardó un minuto de silencio por las víctimas del accidente de tren en Galicia.
Foto :: Rullot
El momento y el misterio. La tarde de toros, una más. Con
su fundamento y sus cosas. Su toro. Muy importante ese. Tres y tres.
Admitimos barco. Pero seis toros. Por encima, los tres con hierro del
viejo Duque de Veragua. Por hondura y seriedad. Pero por dentro
ofrecieron más los de Victoriano del Río. Ahí la tarde se descompensó.
Porque la suerte ya venía echada. Relativamente. En definitiva, una tarde de toros de esas que, como la víspera, no echa a nadie de la plaza. Más bien al contrario, invita a volver. Porque hubo cosas y se vio el momento y, sobre todo, el misterio. El momento de un torero; el misterio del toreo.
El momento es el de un Alejandro Talavante con enorme facilidad para dar salida a cuantas embestidas más francas que menos se le planteen. Que podría profundizar, relentizar y echar más adelante la pierna, también. Pero cuanto menos eligió bien ganadería. Eso se vio ya con el segundo, un 'Amante' de Victoriano del Río, que visto lo visto es toro de la feria. De carnes bien repartidas y 500 kilos redondos, solo le faltaba remate en la cara, otra expresión. La que tenía enseñaba las puntas, ancho, como acarnerado. Pero lo mejor es como lo hizo, como se empleó. Su salida fue prometedora. Los hierros lo aplacaron, pero se recreció. Toro, este 'Amante' para Talavante --el titular hasta el quinto iba por ahí--, de los que se merienda las telas. Vibrante inicio, con un Alejandro muy atornillado, salvando, llevando, por alto y por bajo a ese 'Amante' con mucho pies.
De primeras, la zurda. Fueron dos series de gran intensidad. Se lo pensaba un pelín, pero cuando se venía, venía de verdad. El vuelo de la muleta de Talavante, y sobre todo el giro del toro al remate, lo pronto que se volvía. La emoción del conjunto. Mucho toro. No reventó la faena. Quedó el antojo al final de que lo hizo mejor el animal. Ovación al arrastre y oreja para Talvante.
Los de Juan Pedro Domecq venían parados. El que abrió plaza no tuvo ni media arrancada desde el mismo inicio. Salío como picado y como con medía en toda la cruz. No era para menos. El calor y sobre todo la pegajosa humedad a eso de las 19:30 en València era tremebunda. Bochorno que avecinaba tormenta, algún trueno para meter canguelo, leve chispeo. El caso es que el primer Juan Pedro, nada. De guapo no pasaba. Estaba vacío. Morante ni un pestañeo para la parroquia.
Tras el buen y codicioso 'Amante' de Victoriano, para Morante cayó otro precioso Domecq incapaz de llevar a cabo movimiento alguno. Algo fallaba.
El cuarto, de Victoriano del Río, salió en manso. Pegado a tablas demostró su clase cada vez que tomó las telas, muy profundo. El problema es que no volvió casi nunca y la cosa quedó en palmas para un Alejandro Talvante en su momento.
Pero de repente la tauromaquia se hizo misterio. El Juan Pedro Domecq quinto para Morante estuvo en la línea. Impecable presencia, interior quedado. Pero algo más aguardaba. Un galope en banderillas, una arrancada. Puede ser. Morante miró a los ojos al toro, despacio fue a él y lo pasó. Las primeras embestidas le vinieron tropezadas, miraba, volvía a mirar, choque en la tela a su altura o más, la muleta atrás. Venga, Morante, témplate. El misterio estaba ahí. Que sí, que no, el toreo buscaba la rendija, esa que el temple abre entre la muleta y los pitones.
Y de repente, Morante colocado, encajado, medio pecho, dos tropiezos, y surgió aquello: el redondo templado, largo, bajo. Ligado. El mando sin retorcimientos. Esa postura tan torera. Y a Morante, cofre del misterio de la tauromaquia, le bastó una serie en redondo ajustada de verdad, rematada de airoso molinete para provocar un tremendo estallido de pasión. Una serie surgida del misterio que decir, y decirlo. El manso juampedro buscó los adentros, Morante lo buscó, las embestidas que se aprevecharon se esperaron como todo un acontecimiento. No tuvo más, metió la espada. Cortó una oreja entre protestas. Qué más da: con una serie en redondo imborrable provocó un estallido, puso la plaza en pie y marcó un antes y un después en la Feria de Julio. El toreo...
Pero quedaba el sexto y Alejandro Talavante, sin misterio ya, quiso reivindicar su momento. Y el sexto puso franqueza, aunque escasa profundidad. Faltó consitencia al conjunto, pero los fogonazos propios de Talavante ahí quedaron. Un cambio de mano en los epílogos, largura en el trazo y las apretadas bernardinas que acabaron con el diestro derribado y recibiendo una paliza considerable. Mató al encuentro, se le concedió la oreja. Abrió la puerta grande convencido de ello, algo que no ha sido común en esta feria, y por eso la atravesó a hombros.
Fue una tarde de toros. Porque los hubo y por uno expresó su momento y otro el misterio del toreo.
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