Desde que se anunció la vuelta de Enrique Ponce a Las Ventas en pleno San Isidro, el compromiso se nos hizo ineludible. Más tras las circunstancias que motivó la grave cornada de Fallas y lo que vino después: el gesto y responsabilidad de figura para con Sevilla. Por eso no nos quisimos perder la vuelta a Las Ventas. Y a Madrid no fue para escurrir el bulto.
Enrique Ponce dio la talla con la naturalidad propio de una figura del toreo con un cuarto de siglo al mando, si es que eso puede considerarse algo natural. Allá donde unos nafragan o se aburren, Ponce encontró soluciones, brillo, pellizco, destello y profundidad. Esa es la gran diferencia. Se inventó un toro de feísimo estilo, y con el otro no pudo porque se le derritió en la misma muleta.
Lo que era una tarde de clavel y reventón con aires de despedida de Ponce de la cátedra venteña, dejó patente la sensación, o más que eso, la realidad, de que Ponce puede y debe pasar por Madrid cuando le plazca. Porque además de toro, a Ponce y a la tarde le faltó competencia que alcazase unas expectativas que solo matuvo el de Chiva. Faltó algo o alguien que estorbara o le tocará los costados en este regreso. Pero ahí sigue Ponce, pasado 25 años, solo contra sí mismo. Y en Madrid.
Lo dicho: vuelve por Las Ventas cuando quieras.
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