Foto :: Juan Pelegrín - Las Ventas
Zabala de la Serna:
Sin acudir a Platón, Enrique Ponce dictó una lección de ética. La ética y la hombría de Ponce. Eso es lo que ovacionó la inmensa mayoría que desbordaba la Monumental por las tejas cuando se deshizo el paseíllo; las mismas virtudes que volvieron a ovacionar a la muerte de un toro grande, hondo y bruto.
La ética de regresar a Madrid cuatro años, once meses y 30 días después de incesante dolor; la hombría de plantarle cara a un torancanazo de casi 600 kilos cuesta arriba que todo lo que había hecho en los capotes era abandonarlos con la testa por las nubes. O distraerse en su abandono de la suerte.
El brindis al público no había Cristo Rey que lo entendiese. El maestro de Chiva sabría.
(...)
La derecha poncista tocó fuerte y apostó por el tal 'Baderno', que en otras mentes toreras no hubiera tenido cabida.
Patricia Navarro:
Enrique Ponce, decíamos, volvía casi un cuarto de siglo después de tomar la alternativa y después de un lustro de ausencia de la plaza de Madrid. Por decisión propia. Por lo que quiera. Por lo que quieran.
(...)
La disposición fue máxima. Lo hizo bonito a la verónica con el segundo de la tarde, un toro de Victoriano del Río tan noble como soso, pero lo mejor fue ese brindis a un maestro de la letras, el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. A poco se podía aspirar después.
El cuarto tampoco fue un gran toro, desigual en el ritmo, sin entrega en el viaje... pero la movilidad fue argumento suficiente para que el torero de Chiva llenara la faena. En las carencias encontró Ponce la vía de escape para colmar de peso el trasteo. Donde no llegaba el toro, ahí estaba él, en los huecos, en los vacíos, técnica, poder, ilusión y ganas. Y ese tesón fue un arma infalible para conquistar Madrid cinco años después.
Antonio Lorca:
La montera cayó bocabajo, como debe ser, y Ponce se acercó a los terrenos del tendido 7, donde abundan sus más duros críticos, y allí comenzó algo más que una faena. Un compromiso, quizá; una reafirmación, tal vez…
Andrés Amorós:
Solo le queda, en esta Feria, el cuarto, que humilla poco, corta en banderillas, es muy incierto, pero Ponce lo brinda al público y despliega esa difícil facilidad que siempre ha tenido y que es privilegio de los grandes. Le consiente, le enseña a embestir, liga. La elegancia de algunos muletazos desmayados levanta un clamor (aunque también surgen las habituales protestas por la colocación). Concluye con preciosos ayudados por bajo. Mata a la segunda y falla con el descabello.Lo que ha hecho Ponce en toda su carrera y también esta tarde es propio de maestros: una mente muy clara, un valor sereno y una elegancia natural, sin afectación; algo tan difícil como saber pensar y saber improvisar, en la cara del toro. ¿Cuántos lo hacen, hoy en día? Por eso, aunque le exija como a la figura que es, la gente le despide con una ovación. ¡Lástima que no haya firmado otra tarde, en la Feria!
Carlos Ilián:
Hemos visto a un Ponce con una actitud muy decidida, ha despachado con higiene al inválido segundo y ha tapado al buey que salió en cuarto lugar. Una faena de recursos más que de temple y que le ha podido valer una orejita si no falla con el acero. Ah, se me olvidaba este toro lo brindó al público. Dicen que ha sido el brindis del adiós y que no volverá por aquí... Leer más: Enrique Ponce reaparece con aires de despedida.
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