Los toristas del país reclamaron hasta un tercer puyazo para el
tercero de corrida, el picado por Paco Cenizo, pero no quiso el palco.
El toro, que arreó en serio y se vino arriba luego, lo habría admitido.
Son cosas que después se descubren. Ese fue el toro de la tarde: el más
completo y pronto, el de más ganas de pelea de los veinticuatro en
puntas jugados en la feria, Con su ritmo agresivo, su entrega y su punto
fiero. “Camarito”, número 44. De reata reconocida en la ganadería.
Con el toro de la feria estuvo hecho un jabato Juan del Álamo. Encajado
y templado en el saludo de capa –el toro al ataque, el rabo enhiesto,
desfogándose en cada viaje-, listo para lidiar sin un capotazo de más, y
bravo, ambicioso y seguro a la hora de la verdad, que fue la de ponerse
delante sin trampa ni cartón. Tragar, aguantar y acompasarse. Dar al
toro la distancia donde más brioso se venía. Ligarlo sin perderle pasos
ni tomarse ventajas.
Faena de gran corazón, siempre sostenida y,
sin embargo, faena a más. De emoción. Dos tandas con la izquierda –una
de ellas, de hasta cinco ligados y el de pecho- fueron espléndidas. La
música tardó en arrancarse; la gente, no. El tercero de cuadrilla, Gómez
Pascual, se había llevado en banderillas una cornada en el pómulo. Ni
eso fue rémora. Una estocada tendida. Recostado contra tablas, tardó en
doblar el toro. Lo levantó el puntillero, un aviso, una oreja, casi dos.
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