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14 mayo 2017

valència, víctima de los daños colaterales del toreo

La imagen puede contener: una o varias personas y personas en el escenario

La tarde de hoy en València son daños colaterales. Dicen que Madrid es el centro de la Fiesta. Que Madrid marca el rumbo del toreo. Que la Plaza Primera (por aquello de Plaza 1) es el timon del barco que llaman 'el toreo' ciertos profesionales, figuras sobre todo y sus palmeros; Tauromaquia para los que van (vamos, porque ahí me incluyo) de cultos; 'Fiesta Nacional' para la caspa más carca; y 'Los Toros' para el pueblo de verdad, sin más postureos. Pues eso, que la tarde de hoy en València son los daños colaterales de depender e ir al rebufo de Madrid y su respiración asistida. Qué triste. Pero de los pobres ya nadie se acuerda. Qué pinta València dando toros un 13 de mayo a estas alturas de la vida, diran aquellos.

La resaca fallera queda tan lejos que ya nadie apenas se acuerda de aquel 'Pasmoso' que volvió tras polémico indulto a los corrales. Hoy también volvió a corrales uno de Sánchez Herrero, pero con sus varios espadazos y golpes de verduguillo tras escuchar los tres avisos ante la impotencia de un tierno y más que futurible Carlo Ochoa.

Qué mal aficionado, qué pésimo gusto, cuánto asco da el negocio taurino para tener la santa desfachatez de enlotar, embarcar, reseñar y permitir que saltase al ruedo semejante novillada. Fea de cojones, desrazada, descastada, destartalada, en escalera e infumable. Qué manera de jugar con las ilusiones de tres novilleros que deberían representar el futuro del toreo. València pagó el saldo de Sánchez Herrero en Las Ventas más caro todavía, por barata que saliera esta novillada morucha. No hay más.

València fue víctima de los daños colaterales que minan la afición y obligan a buscar en la petanca, por ejemplo, otra ocupación. Tres horas de festejo y ocho avisos que obligan a repartir responsabilidades más allá de los tres novilleros, que en el fondo no tienen culpa ninguna. Al contrario, ellos son los hérores de todo este descalzaperros, puñalada trapera a la Tauromaquia, que en València ha ofrecido la imagen más dantesca que uno recuerda en mucho tiempo. Las responsabilidades anotenselas autoridad, ganadero y sobre todo la empresa productora que dirige Simón Casas. Vaya petardo, monsieur.

Escalera, basta, fea, regordía, asardinada, impresentable, sopechosa, mansa y descastada. Salvando la docena de embestidas por el izquierdo del quinto, que permitió a Alfonso Cadaval dibujar algún gustoso natural, nada. Embestidas acaballadas, sueltas y de metira, sin celo ni profundidad, buscando casi siempre la salida. La palma se la llevó la sardina colorada (lidiada en tercer lugar) que trató siempre de escapar por las troneras de los burladeros.

La verdad con la que atacó la tarde el madrileño Carlos Ochoa se estrelló con un lote rajado, de comportamiento mular. Arreó por faroles de rodillas, quites más quieto que un palo por saltilleras, y muleteó queriendo imponer mando por abajo. Pero quien reseñó semejante novillada parecía querer burlarse de todo su esfuerzo. Vaya oportunidad. De héroe sobreponerse y mantener la ilusión en todo momento, en cada cite.

Fernando Beltrán también fue héroe. Cuando la materia apuntaba al antitoreo, el de Faura se abandonaba e inventaba sobre la marcha ante la más absoluta nada. Embestidas como si fuesen eruptos de mala clase, pero ahí andaba Beltrán tratando de dar sentido a base de pellizco y voluntad. Qué mérito: a punto estuvo de cortar una oreja al bastote cuarto y se quedó el premio en vuelta al ruedo.

Y por si no hubiera suficiente, lo dura que fue la novillada. No había manera de hacerles doblegar. De muerte dura. Ocho avisos en una tarde por momentos dantesca. Un caballo nuevo de los Navarro se estrelló desbocado y abrió el portón del 4 como si nada. El novillo manso de libro buscando cualquier salida, el chulo de banderillas herido, la nariz sangrando: un drama. Como la tarde. Ocho avisos, tres horas. Y casi un tercio de plaza. Eso era la primera noticia positiva, pero acabó siendo negativa. Los daños colaterales de querer rentabilizar el toreo a toda costa. El resultado: El antitoreo.


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