A veces, parece, que el muslo que se entrega, allí por donde la vida corre a borbotones tanto por dentro y como por fuera, va aferrado a la tierra hasta su mismo centro. La cintura rota, quebrada, empuja más y más al eje sobre el que se carga todo el toreo. Atrapado por no sé qué fuerza intrínseca que te atraviesa: mirada, mentón, pecho, cintura, muslo y pies. Sin posibilidad de huída. Atado a la tierra. Entregado al toreo de brazos libres.
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