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17 julio 2007

Casta, bravura y sentido (o llámenlo como quieran) y triunfo de César Jiménez

Buen principio tuvo la Feria de Julio. Daba gusto ver la plaza luciendo una magnífica entrada, con el sol cayendo a plomo y los tendidos bien repartidos. Pongamos tres cuartos en apariencia y un buen ambiente que ya se palpó al asomar los matadores. Fea moda, por cierto, la que están cogiendo ésa de esperar a ver quién sale el último. Sobre todo Alejandro Talavante. Apareció raudo El Califa, se demoró César Jiménez que fue ovacionado. Más tarde, Alejandro Talavante.

La ovación de salida a Jiménez destapó el ambiente. Luego los de Jandilla, que hasta el cuarto sacaron casta, bravura y hasta sentido. Llámenlo como quieran, pero como se suele decir, a ver si tenemos la dicha de una corrida a este nivel en lo que queda de feria, que ojalá.

Que ninguno fue tonto y al menor descuido, a los lomos que se echaban al matador de turno. Primero a Jiménez el segundo, por un no me subas la mano que te cazo. Lo avisó primero, luego lo empaló por la corva al intentar un de pecho. Luego a Talavante, que se había quedado fuera de cuadro, lo sorprendió el tercero mientras rectificaba los terrenos y lo buscó entre las pezuñas, le pasó el pitón por la yugular y lo lanzó varios metros más allá. Y por último a El Califa, el mastodóntico cuarto, a la hora de matar, esperándolo con la cabeza baja no le dejó pasar y le dio una soberana paliza como para romperle las costillas.

Fueron estos tres los puntos calientes de la tarde, los que confirmaban que la corrida no era cualquiera, sino que tenía casta, bravura y sentido. O llámenlo como quieran. Pero quién lo iba a decir, que en el campo había una corrida con el hierro de Jandilla desamparada y que sustituiría a una de Joaquín Barral en plena Feria de Julio. Aunque hubiese uno que pesaba 495 kilos (el 2º) y otro 605 (el 4º) y por hechuras cada uno fuese de su padre y de su madre.

Lo de César Jiménez, que triunfó, por cierto, y salió a hombros tras cortarle dos orejas al segundo, era, en cambio, predecible. Por la costumbre. Por eso tal vez el presidente le concedió un segundo trofeo que admite todo tipo de discusión.

Predominó en la faena de Jiménez el toreo en redondo. Ligado, encajado, largo y por abajo. Vibrante, pronta la embestida, franca cuando los vuelos se le ofrecían a ras de albero. Por arriba, nada, y eso que avisó. La voltereta, ahí hay un toro de nombre Tontiloco, y la estocada arriba y efectiva. Que dos orejas, pues dos orejas. César Jiménez suma y sigue en Valencia, con el permiso de la empresa.

En el quinto un poco más y le dicen que de Puerta Grande, nones. Más que nada porque nunca se confió ante una embestida bronca de cara alta, aunque por el pitón derecho se fuese largo. Era tan transparente el trance por el que estaba pasando, que Jiménez optó por disfrutar de la Puerta Grande acabando con este quinto de estocada trasera.

El Califa, tal y como salió del patio de cuadrillas -raudo-, buscó el triunfo. Ahí estuvo su pecado. El primero, bajo de trapío y pobre de cara, pero tremendamente encastado exigió mando y poder. Era toro de treinta muletazos y con un pitón izquierdo para asumir el riesgo que planteaba. Se llamaba Atrevido, pero éste era negro.

El Califa tiró de repertorio. El cambiado en el centro del platillo para empezar y la muleta a la zurda. Un trago, se comía la muleta tanto que resultaba pegajoso y se ceñía al eje. Atacado tomó la diestra, por ahí dejaba respirar lo justo. Muleta por delante, abajo y vaciar atrás era la intención. Otro, el resultado. Vuelta a la zurda, otro trago. A la hora de matar se puso molesto el toro, a escarbar y demás. Como pidiendo guerra. Al final, pinchazo y estocada atravesada.

Con la misma actitud, la de la búsqueda del triunfo a toda costa, salió a plantarle cara al grandón cuarto. Largo y hondo, manso en varas pero con cierta clase, pidiendo temple. Se esforzó El Califa en lo fundamental y echando rodillas a tierra. A la hora de entrar a matar la cogida se intuía, el toro al acecho con la cabeza abajo, no le dejó pasar aunque sí coló la mano y le endosó una entera. Fue una oreja.

Otra también para un Alejandro Talavante que anda borroso. Sin la brillantez de Sevilla, por ejemplo. Poco lúcido. También destemplado, y eso que pocas veces los engancha adelante y tiene por costumbre esperarlos atrás. Toreo de mando más bien poco, la impresión es de que allí pasaba el toro solamente. Tras la dramática voltereta que llegó por sorpresa, hizo lo mejor: una serie en redondo entregada a la causa del toreo, el clásico cambio de mano y una serie con la zurda a pies juntos. Pinchazo y estocada, en medio un aviso, y oreja.

El sexto planteó mayores problemas, por eso a Talavante se le vio más difuminado. Con la cara arriba, hachazo va, hachazo viene, la muleta otra vez atrás dejando pasar al toro a su aire, cuando no resultaba el enganchón. No cabe duda, Talavante no dio con la clavija ni tampoco hizo por buscarla. Lo peor el bajonazo fulminante con el que concluyó lo que había sido una buena corrida de Jandilla (el tercero con el hierro de Vegahermosa) en la que el idilio de César Jiménez con Valencia escribía un nuevo capítulo.

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