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18 julio 2007

esto sí que es raro

Uno, en feria, comienza el día de toros leyendo las crónicas de la tarde anterior una tras otra. Entre todas, me sorprendió leer la definición de “tarde rara” a una corrida en la que saltaron cuatro toros que fueron auténticos dechados de casta y bravura, a saber los cuatro primeros jandillas, incluido el tercero de Vegahermosa, con los que arrancó de golpe esta Feria de Julio. Cuatro toros bravos, más que rareza, con los tiempos que corren, puede sonar increíble, pero es que fue así. Raro, raro, raro, si me apuran, es lo que ha pasado en la segunda de abono con los del Marqués de Domecq. Raro o sospechoso. Porque no es normal que los tres primeros a la que pisaban el albero las manitas se les quebrasen tan de repente.

Raro, raro, es que El Juli tuviese que parar hasta tres toros, y que los del hierro titular padeciesen de lo mismo. Las sospechas van en dos direcciones, al ruedo, demasiado blando, lleno de hoyos, o malpensando, a los efectos nocivos que provocan determinadas sustancias prohibidas. También sé, aunque suene raro, que se correrá un tupido velo y aquí no se planteará ningún juicio paralelo ni nadie tirará del hilo para esclarecer ninguna trama, y esto no es raro, es de lo más normal en este bendito y sospechoso mundo de los toros. Haya paz.

Pero a mi me seguirá pareciendo raro o no normal. Le pasó al primero de Vicente Barrera, que hizo bien en no entretenerse demasiado y acabó rápido con una entera desprendida. Luego vino el vaivén de sobreros. El primero se llamaba Indigente, y con todos los respetos, así estaba, hecho una cataplasma o medio sonado. Luego un tal Gringo, lo mismo. El Juli tenía cierto mosqueo, aunque no se porqué.

Y conformé se confirmaba la segunda devolución, Luis Álvarez y José Antonio Campuzano, anticipándose a cualquier acontecimiento se metieron en corrales. La corrida se había quedado sin sobreros. Saltó el primero de La Palmosilla y El Juli mantuvo el tipo de manera digna y recetó un estoconazo, que fue de agradecer.

Para entonces Álvarez y Campuzano ya habían vuelto a su puesto en el callejón, le tocaba el turno al suyo, a Sebastián Castella. Le tocó en suerte un tal Estresado de la ganadería del Marqués de Domecq, que como sus hermanos de camada lidiados y devueltos a los corrales, carecía del trapío exigido en plaza de primera y decente (sus pesos: 479, el 1º; 470, el 2º; 516, el 2º bis).

La dicha, puro conformismo, fue que Estresado se mantuvo en el alambre por su justeza de fuerzas, mientras que ya el resto lo puso un Sebastián Castella la mar de templado desde el saludo a la verónica y en un posterior quite por chicuelinas suave y ajustado.

Respetado en varas y con dos soberbios pares de Curro Molina, quedó Estresado para la muleta hecho un bizcocho, por blando, noble y manejable. Con él, Castella estuvo a placer. Ajuste y temple, incluso se permitió el lujo de la profundidad. En los medios la faena fue cimentada en la diestra, dejándose llegar mucho al tierno bizcocho y marcando el viaje hasta detrás de la cadera. El natural no le salió tan bello. Luego vendrían circulares eternos. Las dos orejas estaban cantadas, la faena al medio toro había rayado a gran altura, pero pinchazo y media efectiva lo dejaron en un apéndice. El gozo de una plaza otra vez llena en su tres cuartas partes y mirando entonces la merienda de reojo, en un pozo.

La salida de Bombero, también del Marqués, hizo pensar que algo iba a cambiar porque tenía estampa de toro: largo, fuerte, bien hecho y con cuello. Vibrante, metió el hocico buscando los vuelos del capote de Barrera y puso al de Cronista Carreres en un aprieto. Pies para qué os quiero. Luego, todo ese ímpetu se esfumó como por arte de magia. Qué raro, no.

Quedó dócil, alegre, con buen son, sin la voracidad que había enseñado de salida. Y nos reencontramos con uno de los mejores Barrera de los últimos años, para qué mentir. Distancia y quietud, aquella formas amanoletadas que le dieron fama. La muleta por delante y en temple en la mayoría de las ocasiones, bien. Aunque al natural sólo fuese una serie. La estocada, arriba, fulminante, el toro la aplacó hasta reducir la euforia y dejar el premio en una oreja.

El Juli lidió en quinto lugar al otro sobrero, de Jandilla, que no fue como los de ayer. Bizco, pero astifino, y vareado. Le buscó las vueltas por los dos pitones, obligándole a embestir por abajo, atacando, hasta que el jandilla dijo, hasta aquí. El estoconazo en lo alto, de premio.

Castella tuvo que rascar en el sexto, que fue picado con mesura. Descompuesto, era necesario tirar de temple, valor e inteligencia. Primero fue al natural y salió tropezado. En redondo lo recogió en la primera serie. Firme el torero, templado el muletazo, largo se iba el toro. Se iba arriba la faena. Luego se descomponía, surgía el enganchón, y se emborronaba todo un poco; y así, con la muleta hecha un ovillo tras un circular por la espalda se fue a por la espada, de la que todo dependía. Y nada, pinchazo y estocada, se cumplían las dos horas y cincuenta minutos de corrida. A casa.

Foto: Alberto de Jesús para Mundotoro

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