(...) Era un periodista de los de antes, un obseso de la noticia y amante de
la noche para analizar y corregir los textos escritos con las prisas del
cierre del periódico; un aficionado cabal, enamorado del toreo
auténtico y exigente con el toro y el torero. Un crítico que hizo añicos
los esquemas tradicionales y adobó su compromiso con un deslumbrante
dominio del lenguaje. Admirado por todos y, también, vituperado por
aquellos pocos que vieron en su constante búsqueda de la verdad una
amenaza para sus intereses. Pero era, sobre todo, un hombre grande, un
periodista admirable, una persona decente…
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