A las ocho de la tarde, cuando acababa de ser arrastrado el segundo toro de la tarde, la megafonía de la plaza anunció que la corrida quedaba suspendida al encontrarse heridos los tres toreros del cartel. Era el mazazo final a una hora escasa de festejo dominado el dramatismo, la sangre y la conmoción producida por el realismo de un espectáculo cruento que ayer alcanzó su cénit con los tres toreros en la enfermería tras espeluznantes cogidas que sobrecogieron a los tendidos y convirtió la corrida en un sobresalto permanente.
Zabala de la Serna - El Mundo
Vientos de muerte enmarañaban los papelillos del ruedo como una tómbola del destino. David Mora arrastró su capote hasta la puerta de toriles. Y se postró a portagayola. La suerte más dura y desagradecida. La que todo el mundo olvida cuando se hace de noche. Pero esta vez la noche se presentó a deshora, intempestiva como las furias astifinas del viejo cinqueño de El Ventorrillo, con toda su negritud a cuestas y las puntas como lanzas. Mora tiró la larga cambiada por el lado derecho con la mano izquierda, por eso es cambiada la larga. Y el toro no obedeció del todo, no siguió el vuelo ni tomó la curva;pegó con toda su fuerza en el hombro del torero, que cayó derribado de espaldas con el capote enredado. Con el sentido de un tiburón que se deja atrás la pieza, el toro se giró enroscándose sobre sí mismo. Y ya David Mora se convirtió en un muñeco entre la potencia de fuego del cuello y la virulencia tremebunda de la cabeza ciega, que se lo pasaba de pitón a pitón.
Patricia Navarro - La Razón
Hacía más de una hora que habíamos abandonado Madrid. Abatidos, con el corazón encogido y una imagen en la cabeza que arrebatará el pensamiento más de un madrugada. Aquel charco de sangre sobre la arena, habían sido décimas de segundo, una vida entera, la sangre a borbotones se le iba a David Mora por una herida en el muslo que no tapaban ni las dos manos de sus banderillero. Ni toda la ilusión del mundo, ni la responsabilidad de Madrid, ni esta locura que hace jugarse la vida tarde tras tarde, poner los muslos a disposición del toreo y hacerlo con tanta facilidad como para olvidarnos que la tragedia vive y convive cada segundo con el torero, cada tarde de toros, cada uno de los 31 festejos de este San Isidro.
Andrés Amorós - ABC
En la duodécima corrida de abono de San Isidro, una tarde con negros nubarrones y mucho viento, hemos vivido el drama y hemos rozado la tragedia: al morir el segundo toro, los tres espadas están en la enfermería y no pueden continuar la lidia. Resulta inevitable suspender la corrida (algo que la mayoría de los espectadores nunca habían vivido).
Carlos Ilián
Con el corazón encogido abandonaban la plaza los espectadores después de que la corrida se suspendiera en el segundo toro. Para la gran mayoría se trataba de un hecho que nunca habían vivido.
Javier Hernández
La muerte, lo último que a todos espera, se juega cada tarde de toros, en cada lance, en cada embestida, en cada derrote. Es el valor de los toreros, su convivencia con la parca, la costumbre de tutear al miedo y la maestría para vestir todo con armonía. Dispuestos a afrontar a la muerte llegaron tres hombres, a jugar con ella a cara o cruz. Cuanto más cerca, más riesgo. Cuanto riesgo, más gloria. Y allí está la muerte, al acecho, esperando ansiosa para cebarse.
El Correo
Sur
Las Provincias
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