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19 agosto 2007

desde bilbao: la importancia de tener apodo para un público colorista

Bilbao, tan puesta ella, tan pija, hay veces, y son bastantes, en las que se vuelve facilota y se pone a cien con lo que sea. Será la alegría de la lluvia que invita a que el público, al abrir paraguas y calzarse los chubasqueros, se ponga colorista aunque lo que ocurra carezca de emoción, porque ese fue el principal problema del encierro de La Quinta: su nula emoción o, para que lo entienda el aficionado cabal, la mexicanización del toro. Y también del mínimo gusto, véase el triunfo obtenido por Padilla, ídolo de la villa bilbaína.

Al jerezano Juan José Padilla le correspondió el único toro de La Quinta de verdad bravo y encastado. Fue el primero, de nombre Coletero, que sintió la puya en sus lomos y despertó. Más todavía en la segunda, en banderillas sembró un pánico al que se adelantó el maestro dejando el trago para la cuadrilla, que repartió los palos a lo largo y ancho del toro.

Con recorrido, largura y humillación quedó el de La Quinta como suelen los santacolomas buenos, auténtico toro de lío. Padilla, lo intentó, se colocó en el sitio, echó la muleta adelante y a veces le salió el toreo, otras el destoreo, y ahí, al agarrarse al costillar del toro levantó pasiones. Las manoletinas de postre, que ni mi paisano Llapisera las hizo más bufas, ya pusieron a cien al todo Bilbao taurino. Con la estocada, Matías no pudo negarse a concederle una oreja.

No fue lo mismo el cuarto, al revés. Soso y noble a partes iguales, a éste sí lo banderilleó probablemente porque antes le había dejado estirarse, a su manera, a la verónica y en el puyazo no había demostrado bravura, al contrario, el tal Avellano se achicó bajo el peto.

Incapaz de entregarse en la muleta, no humillar, pasó siempre como quien no quiere la cosa, y claro: Padilla hasta se permitió el lujo de dar una tanda a diestras mirando descarado al tendido para echar la emoción que le faltaba al guiso, y eso a la afición puesta en tauromaquia de Vista Alegre le encanta tanto, que tras un espadazo precedido de los rodillazos y manoletinas pertinentes, solicitó dos orejas. Matías asomó una, luego aguantó el chaparrón.

Está claro, ni Antonio Barrera ni Salvador Cortés son del corte de Padilla y por eso al último le apodan El Ciclón y los primeros no tienen apodo. Así, del segundo, en la línea sosa, se puede decir que se dejó pegar y luego torear sin prestar mucho interés saliendo con la cara alta. De esta segunda lidia, lo mejor es que asomó por varios minutos el sol entre las espesas nubes para luego volver a desaparecer.

Su faena al quinto fue el más digno ejemplo de mexicanización del toro. Barrera demostró saber de qué va la cosa. Templadito, templadito y el toro embistiendo al ralentí sin emoción alguna. Quedó claro que eso no conmovió a nadie y se echó en falta algún guiño al estilo de Padilla. Aún así, Barrera al saludar la ovación decidió darse una vuelta al ruedo que pocos protestaron.

La salida del tercero, con pies y buscando los bajos de los burladeros, hizo intuir lo que luego no fue. Y aunque Salvador Cortés tuviese poca presencia en su lidia desde el primer lance, en el que fue desarmado, la cuadrilla lo hizo bien pero aún así, el toro acabó rajado y confundiendo si lo suyo era simple mansedumbre o preocupante descastamiento. Lo dejaremos en lo primero. Cortés todavía empleó demasiado tiempo en una faena en la que no se decidió a cruzar la raya.

Al sexto, ovacionado de salida por su guapura cardena y veleta, le dio ventajas como intuyendo algún resquicio. Lo dejó venir de lejos en el primer cite de cada tanda, pero el toro era así como todos -excepto el primero-, tan manso como soso, y la faena nunca levantó el vuelo por uno y ni por otro. Y es que ciclón ya había pasado.

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