Valencia, 23 de julio de 2008. Toros de Zalduendo, para Enrique Ponce, Sebastián Castella y Cayetano.
Colorín, colorado, este cuento todavía no ha acabado.
Como decíamos ayer, Valencia lo que quiere es Fórmula 1, barquitos veleros, reinas del pop y figuritas de postín. Es decir, mucho colorín y para la fiesta colorado al grito de "¡no hay toro; esto se acaba!" Porque o este es el camino para enviarlo todo al garete o la de Valencia es la primera plaza a la que la crisis, ya confirmada por Zapatero, le ha pillado de lleno y ha decido prescindir del toro y se apaña con cualquier saldo ganadero de los que la saga Domecq tiene un importante stock.
A la hora de la merienda se vio al ganadero de Zalduendo, Fernando Domecq Solís, entrar al callejón por la puerta grande. Intentaba pasar con una niña, sería su hija o su sobrina (los Domecq siempre van juntos, la mejor prueba es esta feria de julio), y al parecer tuvo que dar alguna explicación al empleado de la plaza responsable de todo aquel que entra y sale por aquella puerta por la que al término de la tarde acabó pasando Cayetano en volandas.
¿Qué le diría al empleado? ¿"Déjeme pasar, soy el ganadero de los toros que se lidian hoy"? Con qué cara le miraría el empleado tras comprobar la presentación y la casta paupérrima de los tres primeros. Imagino que le costaría creerle, porque después de lo lidiado hasta el momento, la cosa no estaba para pasearse por el callejón y dejarse ver. La cosa estaba como para clamar a la madre tierra que le engullese a uno. Y lo firmó aquí ahora mismo, que más de un aficionado lo habrá suplicado en más de una ocasión ayer y hoy también.
Porque volvemos a las mismas, el toro, toro, durante esta feria lleva dos días sin aparecer. Ni noticias. Se le pregunta a uno que es un toro-toro, y si ha tenido la suerte de sentarse a la sombra le quedará un vago y lejano recuerdo, pero si en cambio ha estado en la solanera, nada de nada. Este último maldice a cualquiera que se le ponga por delante y si es de profesión taurino, ya ni te cuento.
El primer Zalduendo fue un toro incapaz de pisar los medios y si hubiésemos contado con el mecanismo que medía los kilómetros que hacían los futbolistas en la pasada Eurocopa, el animalejo no habría llegado ni al McDonalds que hay frente a la plaza. Un buey, allí seguro le habrían sacado más provecho del que le sacó Enrique Ponce, porque ya digo, era un monumento al descastamiento.
El segundo era un toro acochinado, aunque poniéndonos cursis podriamos decir que era un toro a lo Botero, digno del pincel del pintor colombiano. Pero como sus andares eran de cochino, el símil es mucho más gráfico pues como tal se movía hasta que dijo basta. Eso ocurrió muy pronto. Entonces fue cuando Sebastián Castella se metió entre sus escasos pitones en alarde de escaso mérito. Ni antes ni después lo sucedido en el ruedo, lamentablemente ante la ausencia de toro, tuvo importancia.
Ampliando la gama de hechuras, salió el anovillado tercero para confirmar el saldo. Llevábamos tres y ya se podía borrar del cartel, si lo ponía, aquello de seis escogidos toros. Era mentira. Al parecer los ganaderos ya no tienen en el campo "la corrida de Valencia". A Valencia tienen suficiente con llevar las sobras, las migajas, y tanto da. Las corridas parejas, armónicas y con trapío de plaza de primera, esas se deben ver por otros lares.
Ni que decir que cuando asomó aquello por toriles muchos se preguntaron "¿dónde está el toro?" Había que forzar la vista, ponerse las gafas o echar mano de los prismáticos para confirmar que sí, que de toro nada. Si acaso novillo. Se levantaron las protestas desde el segundo uno, leves palmas de tango, pitos por aquí, griterío por allá. El presidente, oídos sordos. Y el público valenciano, que es un bendito y parece como si tuviese miedo a alzar la voz de verdad, acabó achantado cuando dieron paso a banderillas y dispuesto a tragar con una faena de Cayetano sin historia.
Por los mismos derroteros siguió la tarde en el cuarto. En el límite de la presentación, por su falta de casta lo único que transmitió fue pena y todo intento de Ponce fue en vano.
El quinto, que se llevó dos soberbios pares de Curro Molina, sí consiguió cambiar el guion. Apareció entonces el toro moderno, el que embiste noblón, pasa por aquí y por allá, que tanto gusta a las figuras, pero que para el aficionado no guarda ningún misterio. La suerte fue para Castella, que dio las pausas que requiere la neotauromaquia. Citaba al torete de largo y allá que se iba con su trotecillo alegre, pastueño. Ajustaba el embroque y templaba el torero, muy largo los muletazos. Bien Castella, al bendito respetable se le iban las penas, veía por fin torear de dulce y premió al francés con una oreja tras pinchazo y estocada.
El sexto no vino a negar que lo corrido era un auténtico saldo, pero sí sacó una punta de casta que dio cierto interés a su lidia. Desde el saludo rondeño de Cayetano, lances rodilla en tierra hasta la boca de riego, el toro apuntó una embestida que requería cierto sometimiento. Además, se enceló en el peto y empujó primero hacia dentro y luego hacia fuera sin cabecear en exceso durante un buen rato.
Cayetano apostó fuerte, brindó a El Soro, y acto seguido echó las rodillas al suelo para arrancar vibrante la faena. En las primeras series en redondo hubo excesivos enganchones. El toro embestía por arriba y requería mando además de temple. Fue acoplándose y a la faena fue dándole imaginación en los remates y los inicios de serie. Empaque al natural y unas roblesinas. La faena estaba hecha. Espadazo trasero. Dobló el toro. La petición. Dos orejas y Cayetano, como en fallas, volvía a abrir la puerta grande de Valencia y esta vez con mayores méritos, pero ¿más que los de Perera ayer? Ahí quedaba la duda y lo único que estaba claro es que en Valencia se había permitido otro saldo indecente.
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