18 de marzo de 2008. Toros de Carmen Lorenzo y Hermanos Gutiérrez Lorenzo, para El Capea, Alejandro Talavante y Cayetano.
Haciendo la vista gorda se podría decir que la historia relevante de la tarde empezó cuando al sexto se le empezaron a contar pies, buena condición, clara intención embestidora y a Cayetano sincera predisposición. Vamos, el triunfo servido.
Antes la mansedumbre se había traducido en desesperación, aunque alegrase los ratos. Los toros del Niño de la Capea y familia, arrastrado el cuarto, el mayor espectáculo ofrecido consistía en los saltos conseguidos (sólo el primero) y frustrados al callejón. Todo un canto a la mansedumbre iba siendo la corrida, que fue monotemática en hechuras, las propias del encaste Murube, y muy pobre de defensas, ridícula a veces. Mansa y floja de raza, los mejores quedaron para el final, quinto y sexto, Jabalí y Saeta.
Pedro Gutiérrez Lorenzo, "El Capea" tras haber reciclado el mote del padre y verse ganadero y todo, se pegó el arrimón, pico y pala, para justificar su contestada presencia en fallas, y lo hizo. Arrimándose, aguantando parones, tocando con el pico al pitón contrario desde la pala del otro. La fórmula resultó, y fue ovacionado tras el primero, el cuarto y en la despedida, lo que fue todo un éxtito para conforme apuntaban las cosas.
De Talavante, Alejandro, no se puede decir lo mismo. Más bien lo contrario, que pegó un sincero petardo. Por su predisposición al entrar en quites no se hubiera dicho, sí luego tras el resultado de unas muy discretas chicuelinas y unas malas gaoneras a primero y cuarto, respectivamente
Alejandro Talavante cuando tomó la inmensa muleta que se gasta se mostró indolente, frágil, muy lejos del torero eléctrico que arrancó la admiración en Valencia, hace una año, Madrid o Sevilla. Si tras la lidia del segundo, de muy poca historia, todavía quedaba la incógnita, con el quinto se confirmaron los peores presagios. Levemente protestado de salida, fue afianzándose en el ruedo sin perder las manos, embistiendo al cite, haciendo cosas de bravo en el peto (no doliéndose, apretando desde abajo) y galopando alegre. Sin ningún compromiso, Talavante se mal puso, manejo las telas patoso, sin gusto, estética ni poder. Muy alta la mano y ese telonazo amorfo que se gasta que ni volaba. El tal Jabalí no vio ni una sola vez la bamba de la muleta, lo pedía.
Cayetano sí que aprovechó el triunfo que se volvía a servir, sobre la bocina, con el llamado Saeta. También bravo, encastado y con esa nueva virtud que el taurino llama movilidad. Antes, del tercero, ni el propio Cayetano ni su cuadrilla supieron ordenar su mansedumbre. Rematadamente manso, pero encastado, fue siempre a su aire, arreó por donde quiso, se sirvió dos puyazos por su cuenta y se aquerenció escasos metros de toriles. Cayetano se la puso una vez, la probó y luego ya dijo que tu tía.
Al sexto, cuando la expectación parecía decaer, los doblones de Cayetano, con aires ordoñistas, y vibrantes la levantaron. Cayetano lo vendió, se quitó las zapatillas de torear como si éstas fuesen unas pantunflas y el ruedo el salón de casa. Se espatarró, la puso por delante y con tres en redondo y el de pecho puso a toda la plaza de acuerdo. Serie compacta, honda, de buen trazo y mandona, dotada de empaque, pero corta: había toro, pero también había que respirar. Hubo más en redondo, pero sin alcanzar la perfección de la primera, y también sobre las rayas cuando tal vez lo mejor habría sido aventurarse a los medios. Al revés, fue encerrándose para acabar pegado a tablas y descalzo. El intento al natural salió discreto y el conjunto con alguna mácula, pero eléctrico más que de sobra para cargar las pilas del público ansioso de triunfos. Con la espada, bien. Y le cayeron las dos.
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