Pepín Martín Vázquez en "Currito de la Cruz"
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Vía :: Hasta el rabo todo es toro |
Mis retinas no lo vieron, pero cuentan que Pepín Martín Vázquez supo dar con la receta alquímica que muy pocos han sabido encontrar. En ella se mezclaban el salero, la gracia, el arte quincallero, y todo tipo de adjetivo primoroso que se pueda aplicar a la tauromaquia, con el valor, la ética, el mando, la lidia y el clasicismo, salpimentado siempre con unos quintales de alegría marca de la casa. Diferente en todo, tomó la alternativa en Barcelona, de las manos de otro que de torería no iba corto: Domingo Ortega.
Tres años estuvo en la cúspide taurómaca hasta que un cornalón en Valdepeñas casi le cuesta la vida. Manolete, con el que compartía cartel esa tarde, le hizo el quite. Diez días después, en Linares, Manolete no tendría quien le devolviera ese quite.
La historia se escribe así, en renglones que tuercen los negritos. Por su manera de torear, cobró mucho, y no me refiero a las bondades del empresario con el torero, sino a las maldades del Toro con su matador. En fín, qué decir que no se haya dicho ya.
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