Vía :: Campos y Ruedos |
Aquí en “Comeuñas”, delante de un folio en blanco y con un bolígrafo, me doy cuenta de lo mucho mejor que se me da hablar. A priori me dijeron que la cosa iba de franceses y pensé que iba a ser difícil. Me dijeron que tenía un libro en francés para que lo viera y que tenía que escribir algo. Cuando abrí el libro no entendí ni una palabra, pero sí que, gracias a Dios, hablábamos el mismo idioma, y ese idioma no podía ser otro que el de la afición.
Entender ese idioma es fundamental para comprender como puede existir una explotación agrícola y ganadera donde la economía no es un fin; ese lenguaje por el que se entiende que existan haciendas donde los lujos están reservados para los animales, porque el lujo para el hombre es estar en ella; ese lenguaje que explica como en pleno siglo XXI se esté convencido de prescindir de artilugios y máquinas modernas; ese lenguaje que permite que todavía hoy los mayores sean escuchados, y lo que dicen sea tomado en consideración; ese lenguaje que explica como un hombre pasa de mandar en el campo a dejarse mandar por él. Solo ese lenguaje explica la singularidad de un hombre que se despreocupa de su propio tiempo, de su vida de cualquier mortal humano, de trabajar, de tener, de divertirse, de querer ser, etc.
No, a José Escobar le sobra todo esto. José es grande, y su grandeza es velar por sus dos familias. Las dos llevan su sangre, a las dos se ha encomendado, a las dos protegerá con su saber, con su andar, con su pureza hasta en el fumar.
Él, amigos franceses, es un auténtico catedrático en ese idioma y para ello no le han hecho falta títulos, ni papeles, ni saber leer, ni discurso, ni prosopopeya; en ese idioma, en esa búsqueda, solo hay algo que prevalece: la verdad.
Este lenguaje atrae al campo a gentes que están en esa búsqueda, gentes que no buscan lucro ni intereses. Gentes que sienten el toro y el campo como algo que en realidad, como así es, les pertenece, y como cosa suya muestran al visitante con orgullo su tesoro.
Ese idioma explica la sonrisa de trabajadores que, con un sueldo que apenas les permite mantenerse, son algo más que trabajadores por cuenta ajena. No han vendido su conciencia a la producción, ya que en esa explotación no solo está su conciencia, sino también su ilusión, su esperanza, su vida. El campo es su armonía y también se dejan someter por él, y seguramente sean, sin saberlo, los últimos vaqueros del lejano oeste andaluz.
Sí, yo lo he visto. También hay hombres de luces que hablan este idioma, que muestran una actitud altiva frente al enriquecimiento a toda costa y, como los hombres que hicieron grandes obras, se han formado en normas y reglas que heredaron de los grandes maestros y a las que sumaron su personalidad singular, pero siempre dentro de esa norma eterna que les permite colocarse en el sitio meritorio y auténtico donde se puede sortear la fuerza bruta de un toro y, sobre todo, colocarse en esa postura ética donde se afronta la vida y la muerte.
Algunos se hacen llamar artistas, sí..., bueno; pero creo que ese término en mi lenguaje choca, porque a mi corto entender en arte, no conozco a ningún artista capaz de mirar a los ojos a la muerte, de poder vencerla, de poder morir expresando lo que lleva dentro. Esa capacidad heroica no la tiene un artista y me parece una injusticia meterlo en el mismo registro. Para mí ese gremio solo tiene un nombre: torero.
Conozco a gente capaz de perder dinero por asistir a ruedos a cambio de que muchas veces no pase nada; este idioma hace a personas recorrer miles de kilómetros para conocer ganaderías, gente que aprende mapas genéticos sin tener ganadería, gente que es empujada al saber, al estudio de una ciencia de la que solo obtendrá el cultivar una lengua que, como un veneno, corre por sus venas.
Este lenguaje tiene un tótem, que no es otro que un animal para nosotros lleno de poder y simbolismo del que no aceptamos nunca que despierte pena y misericordia, y que es solo eso: un toro.
Sí, ahora algunos quieren ampliar nuestro lenguaje con términos que procederán del deporte o de otros espectáculos modernos. Se suman adjetivos que muchos no entendemos; a muchos, con perdón de los “artistas” y “sensibles”, se nos hace raro ver adjetivar a ganaderías como “duras”, y muchos nos preguntamos si existe de verdad gente que quiera tener una ganadería “blanda”. ¿Tienen sentido la ética y la liturgia con toros que no sean duros? ¿Todo se reduce a una mera estética visual a cambio del aplauso de muchos?
Comprendo que a muchos les parezca que hablamos una lengua antigua o muerta y que no permitimos el progreso, pero en la libertad, esa que reclaman algunos que se autodenominan profesionales, está el renegar de nuevos términos, sobre todo si uno considera en su libre pensamiento que vienen acompañados de hipocresía, falsedad y consumismo barato.
Aquí en “Comeuñas” no se es indiferente, aquí sabemos que los tiempos y la sociedad moderna arrojan corrientes de pensamientos tendentes a destruir, llenos de desconocimiento e intolerancia. Entienden, muchas veces de forma justificada a tenor de lo que se oferta, que hoy no tiene sentido nada de esto, que no cabe el sufrimiento y la humillación del animal, que es la mera expresión de una victoria del hombre sobre los animales... Se habla de futuro y la cosa aparece negra.
Ahora pienso en Francia, donde mi idioma es escuchado en comisiones y ayuntamientos; donde la cosa marcha y esas civilizaciones que mueren reciben oxígeno de ese país, y una minoría del territorio es capaz de plantar cara a ese tremendo monstruo que es Europa. Nuestro idioma, la afición, es escuchado y hablado, y no le va mal aunque, claro está, le podría ir mejor. Y esa tauromaquia popular es el origen de mi idioma, donde el toro es el protagonista y donde la fiesta no está controlada por personas emprendedoras sino que pertenece al pueblo, su destinatario, que no es mero consumidor pasivo de la industria del entretenimiento, sino actor que vive con pasión y sin ánimo de lucro el fervor de una expresión de su forma de ser, permaneciendo irreductible en un territorio pionero de la abolición.
Es en los que hablan este idioma donde veo que se defiende el toro con pasión, donde se sale a pelear de frente, y a pelear algo que se siente dentro y que no se está dispuesto a perder nunca; se sale a pelear con vergüenza, con cojones, con verdad.
Por ello cuando veo cúpulas que quieren organizar a una industria, cuando oigo hablar de cambio de ministerio, cuando oigo la necesidad de exponer cifras, de crear argumentos teóricos, de hacer gestos, de hacer valer datos, de convencer políticos, de crear lobbies, de capital, industria, derecho de empresa, juzgados, economía, me parece que hablan otro idioma, y entonces es cuando veo a José, veo al toro, me acuerdo de los que no están, miro mi idioma, miro a la afición... y veo que no puede ser mas contrario a lo otro. Esto no es economía sino romanticismo, el romanticismo más puro.
Y me pregunto cómo pueden pretender explicar que no es la victoria sobre el animal, sino sobre la muerte, la necesidad, el miedo y la ignorancia, pensando que esto es otra cosa distinta al romanticismo puro. A veces dudo del enemigo, a veces me atormento, pero he encontrado el remedio, y no es otro que el campo. Ese, para muchos y para mí, es el refugio.
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