11 abril 2007

maestro vidal

Recordando al Maestro Vidal. Con aquel artículo que escribi cuando se fue, y siempre que me es necesario, volviendo a sus crónicas, como el otro día me pasó con Víctor Puerto y el desastre que le hizo a aquel bravo toro de Fuente Ymbro, cuando volví a aquella que guardo de 1996 en la que le había cantado su toreo y que tituló Víctor Puerto y la goma de borrar.

Maestro Vidal

La lidia la llevaba por dentro y no pudo ir a pasar los fríos de Valdemorillo. También dejó vacía su barrera del dos en Valencia. Y ya no ha podido soportar que los clarines sonasen en la Maestranza y usted no poder oírlos. La lidia iba por dentro. A toma y daca y sin concesiones a la galería, como era.

Se le echaba en falta. A ciegas se le buscaba en su página de El País. Y nada. No había periodismo caro, ése que derrochaba en cada crónica; periodismo puro, conjugando el parar-templar-mandar, los cánones de la honradez, la independencia y la verdad; periodismo claro y natural, sin posturas aflamencadas, y es que su hoja en blanco enseguida tenía faena. Al fin y al cabo, de su puño brotaba el periodismo eterno. Que encima engalanaba de grandeza con esa literatura que le corría por las venas, que era su torería: ésa que diferencia a los grandes.

Maestro Vidal, todo eso, y aún me quedo corto, era usted. Pero, ahora que la esperanza de encontrarle en Las Ventas otro San Isidro se esfumó, ningún aficionado ni ningún aprendiz del contar las cosas ni ninguno de aquellos que se embelesaban en sus escritos sin haber probado la dureza de un tendido; nadie le olvidará.

Nadie, ni tan siquiera aquellos que al leerle, a buen seguro, se sonrojarían de vergüenza, y con la vista gacha en silencio asentirían: "cuánta razón". Pero después pocos son los capaces de seguir por el camino de la verdad, ése que demandaba usted desde la crítica docta y cabal. El "piérdele pasitos, piérdele pasitos", grito moderno de los callejones de Dios, a usted ni se le podía susurrar. De sobra sabía que la pureza del toreo nacía quedándose en el sitio, lo mismo que en el periodismo. Por eso su pluma siempre estaba colocada ligando palabras fruto de la ensoñación, como aquel día que vio al Julito Aparicio soñar el toreo, o fruto del desaliento -ése que nos persigue casi todas las tardes- provocado por el maltrato vil de los "sonrojados", que se entretienen en dejar la Fiesta Brava, que tanto amamos y añoramos, hecha unos zorros.

Muchas son las tardes que salimos con el rabo entre las piernas, pero al día siguiente nos aguardaba su crónica a modo de terapia. Esto no podía ser así, y de cabeza a buscar razones a su página de El País. Y nos las daba, y además era capaz de apurarnos una carcajada, y dejarnos como unas castañuelas para la próxima tarde de toros.

Qué bien lo escribía, como en el remate de su última crónica. Maestro, con su permiso le cito: "...Si en este país -se quiere decir en esta fiesta- hubiera sentido de la responsabilidad, respeto al público, seriedad y competencia. Pero no lo hay. Los poderes públicos, de toros, pasan, y les da igual que, por pasar, la tricentenaria fiesta se haya convertido en la casa del tócame Roque. Les salva que la gente es pacífica e ilusionada y con ver volar una mosca se pone a cien."

Pero y ahora qué, me pregunto angustiado. Quién será el valiente de dar el medio pecho y cargar suertes y tintas para sacar los colores al sistema con pureza y la pinturería de la ironía, defender al pobre aficionado de toda la vida, y también, cuando se dé la dicha, cantar la emoción de la grandeza del toreo.

Quién, Maestro Joaquín Vidal.
De todas formas, que le vaya bien. Y gracias.

Andrés Verdeguer (Gañafón). Abril de 2002.

* * * * *

Víctor Puerto y la goma de borrar

Víctor Puerto vino con la goma de borrar.Llegó Víctor Puerto, hizo así y borró todos los pases cursis, todos los tremendismos, todos los artificios de supuesta maestría que habían traído otros a la feria fingiendo el toreo. Hizo así, y eso era, exactamente, torear.

El arte del toreo fue lo que se trajo Víctor Puerto en el sexto toro y la emoción surgió como por ensalmo. Poco precisa el público bilbaíno para aplaudir -en realidad se pasa la tarde aplaudiendo y pidiendo música- pero en cuanto Víctor Puerto sacó el toro a los medios, le presentó la muleta, se lo trajo toreado y cargó la suerte según mandan los cánones, los olés atronaron con un tono y una intensidad desconocidos.

El toreo renacía en Bilbao, quién lo iba a decir. El toreo emocionante y bello, donde el toro rinde su encastada embestida en la muleta que le guía y le domina. El arte de torear recreaba Víctor Puerto ejecutando el toreo por redondos, y toda la faena constituía una fascinante sucesión de momentos mágicos.

Luego puso distancia, dejó al toro reposar...

Uno tiene la sensación de que el toro no necesita casi nunca reposo. El toro no embiste a impulsos de su fortaleza sino de su bravura, y con estas pausas sólo se consigue que pierda el celo. Fue lo que sucedió. Cuando volvió Víctor Puerto y presentó la muleta en la izquierda, el toro ya se había puesto reservón, se repuchaba, tardeó la embestida. Aquel instante resultó crucial en la emotiva faena. Una cuestión hegemónica se planteaba allí: o mandaba el toro, o mandaba el torero.

Mandó el torero, finalmente. Recrecido en su valor y en su torería, Víctor Puerto pisó el terreno del toro, tiró de él, le ogligó a seguir el engaño y le embebió en tres naturales soberanos. Tres naturales largos, hondos, ¡toreo puro!, que pusieron al público en pie y reconciliaron la fiesta con el arte.

El toro dominado, el toreo hecho, ya no cabía sino rubricarlo mediante un estoconazo a ley, hundiendo la espada por el hoyo de las agujas. No pudo ser, sin embargo, pues sobrevino un percance inesperado. Adelantaba Víctor Puerto la muleta a la cara del toro cuando éste se le abalanzó. No hubo nada en aquel instante pues el torero salvó el achuchón echándose atrás, pero perdió pie, cayó de espaldas y el toro se arrancó, pegándole un revolcón.

Los derrotes no llegaron a calar más Víctor Puerto ya hubo de ejecutar el volapié con las facultades mermadas, pinchó, descabelló al cuarto golpe... Perdió allí las orejas, la salida a hombros por la puerta grande, aunque no -¡por supuesto!- el honor de haber sido el diestro que ha interpretado el mejor toreo de toda la feria de Bilbao y de muchas otras ferias. Al toro le dieron una injustificada vuelta al ruedo. El toro, encastado y noble, no merecía tanto, si bien es cierto que, al lado de sus hermanos, pareció el Jaquetón famoso, paradigma de la bravura. Porque sus hermanos sacaron una desesperante borreguez. Embestían como si se hubieran vuelto lilas de repente, a la salida de los pases se quedaban mirando a Sondica, se aplomaban, olisqueaban los engaños. Se les quitan los cuernos y las garrapatas, y parecían mi perro.

Javier Vázquez y Vicente Barrera estuvieron muy bien con esos especímenes, agotando pundonorosos las posibilidades de hacerles el toreo de su especialidad. Vázquez en el corte clásico, Barrera en el hierático, lograron pases de hermosa factura. También Víctor Puerto frente al toro tonto de su lote. Pero la belleza y la fuerza del arte de torear sólo pueden concebirse en un orden distinto; aquel donde se funden un toro de casta y un diestro de innata torería. Y esto fue lo que finalmente ocurrió, y dejó todo lo demás en el olvido.

Joaquín Vidal, 25 de agosto de 1996. Bilbao.

1 comentario:

Francisco J. Caparrós dijo...

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