04 noviembre 2007

las 13 rosas

“En el día de todos los santos, precisamente, pensó mientras buscaba el sueño lo que duraría su recuerdo en este mundo. Quién iría a ponerle flores a su tumba, cuando ya nadie preguntara por él. Los nietos de sus nietos tal vez serían los últimos. Su recuerdo se esfumaría, su historia desaparecería. Fue entonces cuando se levantó, fue hasta la cocina a oscuras, midió mal y rozó el dedo meñique del pie derecho con el marco de la puerta sólo lo justo como para retorcerse de dolor. Iba pensando diferentes maneras de perpetuar su recuerdo, dejar huella, hacer historia…”

El pensamiento (digamos literario) vino tras presenciar la película Las 13 Rosas, discreta y conmovedora a la par. El sentimiento de impotencia es irremediable, casi 70 años después, también: es memoria. El retrato de una realidad (repito: realidad) impuesta por encima de cualquier cadáver. De un plumazo, a fusilamientos, tres años después de un “alzamiento”.

Frases conmovedoras guarda la película. La madre que le dice a su hijo en la carta de despedida: “No sientas rencor por los que me mataron”. La otra que le dice a su madre: “Que mi nombre no se borre de la historia, que nadie se olvidé de nuestra historia”. En eso estamos.

Una historia, por cierto, ahora que unos cuantos buscan intelectuales desesperadamente, en la que a muchos todavía les duele señalar a sus cabezas pensantes: es mala memoria.

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