
Ese porcentaje es entrar a un estadio y rebajarse: sacar a relucir su más básicos instintos. Pasó en Montjuïc con los impresentables Boixos Nois y han sorprendido recientemente la negativa de la Federación Inglesa a jugar en el Bernabéu y la sanción impuesta por la UEFA al Calderón. En estos dos casos últimos la reacción ha sido una especie de "yo no he sido" absurda que no quiere ver más allá y no se da cuenta de la compañía de la que se rodea uno cuando entra en un estadio de fútbol.
Me costaría creer que un aficionado a los toros de Madrid en una visita a la Mestranza la emprediera a bengalazos con los señoritos sevillanos o viceversa. Resulta impensable. Como también les resulta algo francamente raro a algunos amigos --los que no han ido en su vida a los toros--, que a una plaza de toros se pueda entrar un botellón en regla --con sus rones, sus gins, sus mezclas y sus hielos-- y allí a nadie le dé por practicar el lanzamiento de botella para intentar abrirle la cabeza al primer subalterno que se ponga a tiro tras marrar un par de banderillas.

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