Los antitaurinos saben que el toro bravo es un ser vivo, que muere en público y eso, sumado a la creencia de que hay gente que disfruta de lo que ellos llaman tortura, les despierta una especial sensibilidad. Sin verlo, ni conocerlo en profundidad, saben que la puya hiere y que por las heridas que provoca el toro sangra, que las banderillas provocan otras tantas heridas y que el toro sangra más y que finalmente se le clava un estoque, un descabello --si es necesario--, se le apuntilla, muere, y el cadáver es arrastrado finalmente por una pareja o trío de caballos o mulillas camino del desolladero.
Claman a la moral, la ética, a la civilización, se oponen de forma obstinada considerando que dicho espectáculo no es propio del siglo XXI, piden su abolición y a los que en él participan de forma activa o pasiva los llaman asesinos, sádicos o torturadores.
Como es sabido, anteayer los antitaurinos concluyeron sus planes en Catalunya --Catalunya precisamente--, aunque a medias. Se aprobó su petición de abolición en el Parlament de Catalunya, aunque ésta no entrará en vigor hasta 2012, y por el camino se han dejado los festejos populares, correbous en Catalunya, que no han sido prohibidos. Por lo tanto, ¿misión cumplida? No precisamente, aunque a la tauromaquia se la tienen jurada.
Lo logrado hasta el momento era lo fácil. En Catalunya sólo quedan los 18 festejos que se han venido celebrando en La Monumental de Barcelona en los últimos años, una muy escasa afición y una ristra de leyes y menciones que, durante 30 años de democracia, han venido a menoscabar el futuro de las corridas en Catalunya y a allanar un futuro que ya está aquí. Por delante, si lo que pretenden según parece es continuar, lo que les queda es mucho trabajo y no fácil precisamente.
Pero ellos seguro que lo pelean con la misma obstinación, con la moral por delante y el afán de creer y hacer creer que sin la tauromaquia el futuro de la sociedad será mejor, mucho mejor.
Por supuesto, su idea de que hay un sector, por minoritario o mayoritario que sea, que disfruta de forma sádica de lo que ellos consideran una cruel tortura, no variará un ápice y será una auténtica lástima que nadie les ofrezca un fin de semana a gastos pagados en el interior de un matadero industrial, donde el animal no es que sufra, es que directamente no es más que una pieza de carne.
Volvamos al principio: El toro bravo no cabe en la realidad del antitaurino, son una relación imposible. Bien por su acusado y muy humano sentimiento ante el dolor, pero más allá el toro bravo ya no cabe. Le horroriza su muerte pública, la prohíbe y ya. Se olvida. Pero ahí sigue el toro --el toro bravo--, conviviendo con quien lo ha hecho siempre, desde hace siglos, desde hace varios miles de años.
Especie divina o manipulada, el toro bravo ha convivido con el hombre a través de su enfrentamiento. Primero de forma natural, luego natural a la vez que ritual --pura mitología--, y por último solamente ritual: toda una historia de convivencia fundamentada en el respeto de quien es capaz de ejercer tal --evidentemente, el hombre-- hasta el punto de arriesgar su propia vida.
Con el paso del tiempo, hasta nuestros días han llegado diversas representaciones de tauromaquia. La populares en las que el toro se enfrenta a la multitud, digamos que es el ejemplo prehistórico; y la corrida de toros a pie o a caballo, que es la solución reglada de la primera y digamos que es el ejemplo más moderno si por ello entendemos los últimos diez siglos. Su pervivencia actual, además de una anacronismo, puede considerarse un tesoro o también un símbolo de brutalidad.
Esta relación --hombre y toro-- se ha ido complicando conforme el hombre ha ido adquiriendo el control de la situación y ha tratado de humanizar todo cuanto le rodea, empezando por los animales, al mismo tiempo que ha ido garantizándose el mejor y más completo bienestar, que tiene en la muerte a su primer rival y que no ha tenido más remedio que alejar de sí. Esta realidad se ha llevado a los límites con la vida urbana, donde la felicidad se mide en cuanto más medios tenemos a nuestro al alcance para facilitarnos la existencia y que las menos situaciones posibles nos produzacan dolor, los animales pasan a ser 'de compañía', la comida viene envasada al vacío y fileteada y la muerte se lleva a los polígonos industriales en forma de mataderos o tanatorios. Y en medio de este panorama la corrida de toros resulta demasiado evidente por realidad.
Al amparo de la moral y el ser mejores personas y una mejor sociedad, los antitaurinos militantes --en el caso catalán, la plataforma Prou!-- y, sobre todo, los más extremistas tratan de inculcar su ideario veganista 100% demuestran no soportar tanto realismo, cosa que puede llegar a entenderse. El argentino Leonardo Anselmi, uno de los líderes, centra su defensa animal con la frase "tener el poder no significa tener la razón". Mediante esa justificación se da la razón a sí mismo y a su postura, y trata de arrebatarla al resto: ni carne, ni pieles ni productos lácteos.
Con lo logrado está claro que se han ganado el aplauso fácil. Sin preguntárselo --ya que tantas veces dicen que el toro no elige ir a la plaza-- se han convertido en supuestos abogados defensores del toro bravo, aunque eso todavía está por comprobar y esperemos que tampoco llegue el caso.
En la actualidad, al toro bravo podemos considerarlo un animal doméstico por criarse con la compañía cercana del hombre, aunque por su carácter lo de 'doméstico' no sea totalmente cierto. Animal doméstico como el perro, la vaca lechera, el cerdo o el pollo, pero con una evidente diferencia. Así, mientras al perro se le exige compañía, defensa (¿eso quién lo elige?); a la vaca una buena producción de leche (¿la ofrece de forma libre?); al cerdo o al pollo, buena carne (¿lo hacen gustosos de alimentar al mundo?); al toro bravo lo que se le preserva es su carácter.
El ser humano ha preservado al toro, su carácter único, para medirse con él. Citando a Francis Wolff en Filosofía de las Corridas de Toros (Ed. Bellaterra):
Es decir, el ser humano ha venido a preservar algo que ya existía. Como podemos decir que se ha apropiado de otro buen puñado de especies, además de las que se nutre sin manejarlas.
Por lo tanto, la humanización antes citada en otro contexto, tampoco podemos negarla en la crianza del toro, por su carácter, bravo. Aunque ahí encontremos uno de los principales males intrínsecos de la tauromaquia moderna, que es una selección más humanizada en la que se puede disminuir la animalidad del toro. Volvemos a Wolff:
Nos encontramos, pues, en una relación de ejemplarizante respeto, aunque plagada de una cantidad errores, que sólo son corregibles desde la propia relación, devolviéndole los mayores grados de emoción, pureza y verdad a la conjunción que resulta y que conocemos como arte de la tauromaquia.
Llegados aquí, volvemos a repetir: la relación entre el toro bravo y los antitaurinos es imposible. Es más, carece de futuro. La ILP aprobada por el Parlament de Catalunya no se plantea el problema más allá de la prohibición. Eso parece ya no interesar. Como dijo Puigcercós, entre otras cosas, al justificar el voto de ERC a favor de la abolición, un motivo más para situarse a favor de la ILP es que en Catalunya no hay dehesas que conservar ni toros que pasten en ellas. Razón que, por cierto, podría darle cierto porcentaje de tinte nacionalista a su voto. Algo así como decir, pongamos por caso: ¿Que la deforestación es un problema mundial? Bueno, pero en Catalunya no.
Pero hablamos de antitaurinos que actuan por un determinado interés --la defensa y protección de los animales dicen--, pero que desde su extremo el enfoque de la situación es la que realiza el totalitarismo veganista. Habría ahora que parafrasear a Anselmi: El poder --dentro del movimiento antitaurino y más ahora con la prohibición catalana-- no te da la razón.
Poder si a alguien no se le puede negar en este caso es al toro, el que le es propio desde hace más mil años y el que se ha encargado de preservarle el propio hombre en los últimos cuatro o cinco siglos. Y ese poder es el que le da la razón al toro y a la relación mantenida con el hombre; a su enfrentamiento, que ha devenido en el arte de la tauromaquia --rito y tradición-- donde la vida y la muerte se palpan sin edulcorantes rodeadas de valores como el respeto, la verdad, el valor, la nobleza, la pasión, la entrega, la naturalidad o el esfuerzo por la excelencia, tanto del hombre como del toro, representado como tal, nunca como una pieza de carne ni un ser desvalido al que para existir, vivir y demostrarse como es, e incluso trascender, nunca ha necesitado de estos abogados defensores que le han salido y que conocemos como antitaurinos.
Al amparo de la moral y el ser mejores personas y una mejor sociedad, los antitaurinos militantes --en el caso catalán, la plataforma Prou!-- y, sobre todo, los más extremistas tratan de inculcar su ideario veganista 100% demuestran no soportar tanto realismo, cosa que puede llegar a entenderse. El argentino Leonardo Anselmi, uno de los líderes, centra su defensa animal con la frase "tener el poder no significa tener la razón". Mediante esa justificación se da la razón a sí mismo y a su postura, y trata de arrebatarla al resto: ni carne, ni pieles ni productos lácteos.
Con lo logrado está claro que se han ganado el aplauso fácil. Sin preguntárselo --ya que tantas veces dicen que el toro no elige ir a la plaza-- se han convertido en supuestos abogados defensores del toro bravo, aunque eso todavía está por comprobar y esperemos que tampoco llegue el caso.
En la actualidad, al toro bravo podemos considerarlo un animal doméstico por criarse con la compañía cercana del hombre, aunque por su carácter lo de 'doméstico' no sea totalmente cierto. Animal doméstico como el perro, la vaca lechera, el cerdo o el pollo, pero con una evidente diferencia. Así, mientras al perro se le exige compañía, defensa (¿eso quién lo elige?); a la vaca una buena producción de leche (¿la ofrece de forma libre?); al cerdo o al pollo, buena carne (¿lo hacen gustosos de alimentar al mundo?); al toro bravo lo que se le preserva es su carácter.
El ser humano ha preservado al toro, su carácter único, para medirse con él. Citando a Francis Wolff en Filosofía de las Corridas de Toros (Ed. Bellaterra):
El toro es un animal del que el hombre se ha apropiado, al menos desde que exiten ganaderías.
Es decir, el ser humano ha venido a preservar algo que ya existía. Como podemos decir que se ha apropiado de otro buen puñado de especies, además de las que se nutre sin manejarlas.
[el toro] Es el fruto (por selección y control de la reproducción) más idóneo para ese fin y si el toro bravo no sirviera para ese fin, no sólo no existiría, sino que, además, sus características morfológicas y etológicas son en gran medida fruto de la voluntad humana. En ese doble sentido, se puede muy bien llamarlo 'doméstico'.
Por lo tanto, la humanización antes citada en otro contexto, tampoco podemos negarla en la crianza del toro, por su carácter, bravo. Aunque ahí encontremos uno de los principales males intrínsecos de la tauromaquia moderna, que es una selección más humanizada en la que se puede disminuir la animalidad del toro. Volvemos a Wolff:
La paradoja es que esa apropiación y esa utilización por el hombre suponen y entrañan que sea criado preservando su desconfianza natural y desarrollando su agresividad natal, es decir, su hostilidad al hombre. Se trata de una familiarización singular, ya que se hace con vistas al combate contra el hombre...
(...)
La especie 'toro de lidia' no es ni doméstica ni salvaje: es un animal bravo. Por las mismas razones, no se ajusta a las oposiciones 'familiar/extraño' y 'amigo/enemigo': ni amigo, ya que es lidiado y muerto, ni enemigo, puesto que no debe ser ejecutado ni exterminado; el toro debe ser lidiado por quien acepta exponerse él mismo al mayor peligro y es matado conforme a reglas y formas que se basan en el respeto de su integridad física (los pitones, temibles armas naturales) y moral (no puede ser excitado ni disminuido artificalmente)
Nos encontramos, pues, en una relación de ejemplarizante respeto, aunque plagada de una cantidad errores, que sólo son corregibles desde la propia relación, devolviéndole los mayores grados de emoción, pureza y verdad a la conjunción que resulta y que conocemos como arte de la tauromaquia.
Llegados aquí, volvemos a repetir: la relación entre el toro bravo y los antitaurinos es imposible. Es más, carece de futuro. La ILP aprobada por el Parlament de Catalunya no se plantea el problema más allá de la prohibición. Eso parece ya no interesar. Como dijo Puigcercós, entre otras cosas, al justificar el voto de ERC a favor de la abolición, un motivo más para situarse a favor de la ILP es que en Catalunya no hay dehesas que conservar ni toros que pasten en ellas. Razón que, por cierto, podría darle cierto porcentaje de tinte nacionalista a su voto. Algo así como decir, pongamos por caso: ¿Que la deforestación es un problema mundial? Bueno, pero en Catalunya no.
Pero hablamos de antitaurinos que actuan por un determinado interés --la defensa y protección de los animales dicen--, pero que desde su extremo el enfoque de la situación es la que realiza el totalitarismo veganista. Habría ahora que parafrasear a Anselmi: El poder --dentro del movimiento antitaurino y más ahora con la prohibición catalana-- no te da la razón.
Poder si a alguien no se le puede negar en este caso es al toro, el que le es propio desde hace más mil años y el que se ha encargado de preservarle el propio hombre en los últimos cuatro o cinco siglos. Y ese poder es el que le da la razón al toro y a la relación mantenida con el hombre; a su enfrentamiento, que ha devenido en el arte de la tauromaquia --rito y tradición-- donde la vida y la muerte se palpan sin edulcorantes rodeadas de valores como el respeto, la verdad, el valor, la nobleza, la pasión, la entrega, la naturalidad o el esfuerzo por la excelencia, tanto del hombre como del toro, representado como tal, nunca como una pieza de carne ni un ser desvalido al que para existir, vivir y demostrarse como es, e incluso trascender, nunca ha necesitado de estos abogados defensores que le han salido y que conocemos como antitaurinos.
3 comentarios:
Cuesta trabajo en realidad encontrar argumentos que se respalden en el verdadero conocimiento de la fiesta. Este es uno de esos raros ejercicios de raciocinio. Felicidades por la claridad en el tema y sobretodo por la exposición de ideas que afortunadamente no se unen a la defensa visceral de la fiesta.
M.V.Z. Erik Luna
México
Los argumentos de siempre, solo te falto el de que "a los toros va el que quiere" y de sobro el del fin de semana el en matadaro, de verdad piensas que no sabemos lo que pasa en los mataderos??? seguro que lo sabemos, eso y otras cosas muchas cosas que tu no cuentas sobre la taurocidia.
Querido anónimo. del tauricido como tu lo llamas lo cuento todo, tú luego podrás manipular lo que te venga en gana, que eso los antitaurinos lo habéis hecho la mar de bien.
Lo único cierto es que vuestra obsesión y única preocupación se centra en la muerte pública del toro, ignorando su vida. No dudo de que puedas saber lo que sucede en los mataderos del mismo modo que puedo decir que igual que ignoras la vida del toro bravo o de lidia (las cosas por su nombre) ignoras el resto de vidas animales. Y si nos ponemos a hablar de dignidad --eso lo introduzco yo-- la vida y muerte del toro esta por encima del resto de los animales e incluso de muchos seres humanos lamentablemente.
Que tú podrás apelar a la justificación de esa muerte y yo te diré q la salvajada es abolir la animalidad de los propios animales. Y eso, la animalidad, del toro bravo es algo intocable, la preservación de la propia bravura, cosa que a ti tampoco te interesa. Ni en el ruedo ni en su habitat natural...
http://www.youtube.com/watch?v=LHwGwW3h0dc
Por eso vuestra relación con el toro es imposible. Porque solo puede ser lo vuestro y no puede ser nada más.
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