10 noviembre 2010

enrique ponce con el toro 'gomero' de peralta. valència, 19 de marzo de 1992

Fue el 19 de marzo del olímpico 1992, la temporada en la que Enrique Ponce adquirió definitivamente galones de figura cuando acababa de cumplir su segundo año de alternativa. Atrás, quedaba la repentina encerrona en la Feria de Julio del 90 y algunos avisos importantes, como el de Bilbao, en la temporada del 91.

Feria de Fallas, el día grande. En el cartel Manzanares, El Soro y Ponce. Salta el tercero. Terciado, con el hierro de Peralta --encaste Contreras--, de nombre 'Gomero' y de 552 kilos. Ponce se revela con un temple prodigioso y empieza la escalada que le ha llevado hasta todo lo que ha alcanzado. La primera serie con la diestra es sorprendente casi 20 años después, maravilloso el cambio de mano, prodigioso el temple de un Ponce que casi todavía era un niño era capaz de cuajar semejante faenón.



Así lo vio Joaquín Vidal en la crónica publicada el 20 de marzo de 1992 en El País con el título de El gusto torero:

Pases en redondo y pases ayudados soberanos ejecutó Enrique Ponce a su primer toro o lo que fuera aquello. Gran parte del público se quedó sorprendidísimo porque en toda la feria no se había visto el buen gusto aplicado al arte de torear.El público se entusiasmó, claro, aunque no constituía novedad alguna. El público valenciano se entusiasma siempre. El público valenciano es el más agradecido del mundo y, para entusiasmarse, lo mismo le da corte que cortijo. Pero en esta ocasión era distinto. En esta ocasión recibía el regalo del sabor torero, que es un sabor especial. ¿Sabe el toreo a paella? ¿Sabe a langosta? ¿Sabe a bombonería fina? Depende. Los aficionados a los toros decimos que cuando el toreo se ejercita en profundidad y se interpreta con sentimiento, a lo que sabe es a gloria divina.

Al tercer toro (o lo que fuera aquello) Enrique Ponce lo pasó suavemente por bajo y abrochó la serie mediante un cambio de mano hermosísimo; tres redondos maravillosos, muy ceñidos y muy ligados, pusieron al público en pie, cerró con el de pecho barriendo el lomo del toro de cabeza a rabo, y el toreo a derechas que siguió le estuvo saliendo cumbre. Utilizó brevemente la izquierda sin ajuste y sin temple, volvió a los redondos, intercaló trincherillas, y todo el mundo allí se sentía feliz. Todo el mundo menos el toro, que era una mona. El toro no tenía presencia ni potencia. El toro o-lo-que-fuera-aquello se desplomaba durante la faena, y sólo debió de sentir alivio cuando Enrique Ponce lo liquidó de un estoconazo.

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