La venganza de un enemigo inconcreto, pero singularizado en Bin Laden, una sombra que emergió hace casi 10 años, principal enemigo que ha condicionado la política de relaciones internacionales en el mundo entero. Su muerte llevada a cabo por auténticos especialistas en el arte de la guerra en una acción de película se considera un acto de justicia por los Estados democráticos y gran parte de sus sociedades.
Obama anunció la muerte de Osama. Su país lo necesitaba. Sus encuestas también. Y entre los Estados democráticos del mundo occidental se ha acogido la noticia con alegría. Vamos, que nadie ha lamentado la muerte de Bin Laden, al contrario, ha sido como una alivio tras el cual han (hemos) vuelto a abrir los ojos con rapidez. La venganza en este estúpido juego ahora le corresponde a Al Qaeda, el grupo terrorista cuya dirección se le atribuyó desde el 11-S de 2001 a Bin Laden, y por lo tanto innumerables atentados como los de Nueva York, Madrid o Londres.
La políticas siempre llevan su contrapartida. Por ello el mundo ahora se encuentra en estado de alerta. Está por ver cómo el fantasma de Bin Landen --nunca lo hemos visto en imágenes en directo ni vivo ni muerto-- azuza al integrismo.
El terror nunca acaba. Y a alguien le debe parecer incluso conveniente su continuidad para control de las sociedades modernas.
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Salvado todas las diferencias y parecidos razonables, por ese mismo terror en el País Vasco se le prohíbe a un partido democrático concurrir a las elecciones y se prefiere criminalizar las simples ideas de una parte del electorado negándoles votar a una determinada opción para contentar el terror del resto de la sociedad y hacer como si éste amainase. Pero, ¿a quién le conviene acabar definitivamente con el monstruo, en este caso ETA, con el juego que da? Si hay quien dice que gana la democracia, el estado de derecho y la Justicia.
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