28 agosto 2011

aste nagusia/ pilares de peso en báscula y muleta

Manzanares con el sobrero, 'Portillo' de El Pilar, de 683 kilos.
Tras una corrida, la víspera, de pleno --la de Alcurrucén--, sucedió la de El Pilar: con dientes de sierra que nos llevaron por momentos de alta emoción, casta y riñones; grande y seria. Pilares grandes en exceso, pero bien proporcionados. El techo de tamaño lo marcó uno que pesó 683 kilos, que salió como sobrero y que con todo su aparato planeó por el derecho que fue un primor. Mientras que el techo de casta lo puso el primero, que por contra fue el menos rematado. Paradojas.

De esas hubo alguna que otra más. La corrida empezó fuerte y pesó demasiado en la báscula, también en las muletas y terminó plúmbea y aburrida por culpa de quienes las manejaban (las muletas). Ocurrió a partir del quinto, que fue cuando se consumó el petardo de Sebastián Castella en Bilbao. Capaz de aburrir a la mismísima Marijaia, lo del quinto no tuvo gracia alguna y partió la tarde en dos.

Hasta ese momento Manuel Jesús 'El Cid' ya era de la terna quien mejor había hecho el toreo, quien lo había hecho con más intensidad y verdad, pero sin excederse. Cortó una oreja, dio una buena tarde, pero todo podría haber sido mucho más de haberse exigido lo que tocaba y haber puesto el corazón en todo aquello, dos toros que pusieron sus embestidas a puñados en la muleta.

El primero, de nombre 'Guajiro', rompió la tarde postulándose para competir por el premio al mejor toro de las Corridas Generales. Enfrente tiene uno del Cuvillo y un par de Alcurrucén. A este de El Pilar, serio por delante, le faltó remate por atrás. Pero de salida lució ya celo, humillación, gran fijeza y un estupendo afán al perseguir las telas. Cosas de bravo todas. El Cid respondió en redondo, llevando al toro muy largo, con mando pero a la velocidad del toro. Le anda cualquier otro sin bajarle la mano como lo hizo El Cid y se le sube a la chepa. Con la izquierda un borrón, un desacuerdo en las distancias. La única tanda tuvo mucho pajareo, cierto amontonamiento y quedó el conjunto desligado. Corrigió en redondo. Por ahí tuvo la faena intensidad y sinceridad. Hasta ahí llegó El Cid. Buena la estocada y una oreja.

El segundo fue un colorado, 'Duda-Noche', que si bien tuvo menos peso que el primero, sí más remate. Bien proporcionado desde la punta de los pitones a las nalgas. Pero otro aire. Distraído con unas cosas y otras, con síntomas de blandura. El picador mal. El toro a la suya. Cambian el tercio y a plaza limpia Sebastián Castella decide quitar por chicuelinas. Eso era otra cosa. El peonaje le mareaba.

Se vino arriba definitivamente derrochando nobleza. Un dulce para telas suaves. En cambio, se tropezaron con la rigidez y frialdad de Castella. El pitón derecho se deslizaba pero un Castella sin alma fue incapaz de romperse. Preocupantemente encorsetado el francés.

Y escaso de mando. Peor le fue con el quinto. Un toro con bastante que torear --y 612 kilos de peso--. Intenso y de vuelta rápida. Castella impartió aburrimiento entre enganchones varios y pases sin sentido. El toreo es en gran parte corregir defectos y mostrar las virtudes del toro: pues Castella hizo todo lo contrario en medio de una apatía considerable. Y los dos sablazos de remate, su firma.

El tercero en su ansiosa salida se lesiono y fue cambiado. El sustituto fue un enorme toro colorado cinqueño, como todos los que vendrían a continuación, de 683 kilos. 'Portillo' su nombre. Su primera virtud fue concitar la atención de público y aficionados de Vista Alegre. Es la importancia del toro, y vaya toro. Hondo, cuello enorme, largo como un día sin pan y mucho poder. En sus dos entradas al picador derribó con estrépito. En banderillas con todo aquello galopó. Se desmonteraron Curro Javier y Luis Blázquez y el toraco quedó con un ritmo pastueño especial.

Cómo se fue tras los vuelos. Más que embestir planeaba. En los mismos medios y prácticamente se toreaba solo. José María Manzanares: suerte descargada, empaque y a acompañar aquella embestida. El izquierdo, muy distinto; por ahí se quedaba, no terminaba el viaje ni Manzanares hizo por ello. Toro incompleto por lo tanto. Y lástima que en rodondo no se viese al toro conforme a los cánones del toreo. Si no llegó de verdad al tendido es porque toda la emoción se iba al retrasar la pierna por sistema.

El Cid, entre sus dudas y acelerones, marcó la diferencia en la terna por su toreo, que sí merecía tal apelativo. Con el primero alcanzó para una oreja, con el cuarto se quedó cortó.

Fue otro toro enorme --620 kg y cinco años-- con mucho poder. Empujó con los riñones al peto y lo derribó al primer encuentro. Del segundo salió poco castigado. Poco aplomó. La primera serie en redondo señaló los defectos: cara suelta, cabeceo molesto; la segunda tanda en redondo, los corrigió: el toro metido en la tela, abajo, cintura quebrada y hasta el final, atrás, el muletazo. La misma intención para la tercera, pero muy escasa. Ya estábamos con las prisas. Luego un extraño, y las dudas.

No hubo acople al natural, del intento deslabazado sólo uno de los que le dieron fama a El Cid. Demasiado poco. Y las dos series primeras ya quedaban demasiado lejos. El toro, a menos, había perdido entrega. La faena se había deshinchado y recupero el aire suficiente con una buena estocada para una ovación.

Manzanares, contagiado por la tristeza de Castella que lo impregnó todo, con el sexto no se empleó conforme. Monotonía, enganchones y suerte descargada. Por parte del toro flojera considerable y nobleza. El presunto artista echó mano de efectos circularistas para cambiar aquello a última hora. Demasiado tarde, aunque tampoco lo intentó hacer con el toreo puro precisamente.

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