La penúltima tarde de toros en La Monumental por imperativo legal fue una tarde de pasión desatada y exagerada. Una tarde de respuesta obligada a la sinrazón absolutista de la política catalana engreída, dictadora y censora de lo bueno y lo malo, lo moral y lo inmoral, de lo que es arte o cultura y lo que no. Vamos, una tarde que puso a las claras lo que es un gobierno (éste y el tripartito de antes) vergonzante y lo que es la sinceridad de la tauromaquia que se han empeñado en negar al amparo del lobby antitaurino, que en realidad es incapaz de convivir con el toro bravo.
La pasión iba necesariamente con la tarde, la encendió El Juli con una faena rotunda y la resquebrajó la inspiración de un tal José Antonio Morante, natural de la Puebla del Río para escribir con el toreo arrebatado la penúltima página, hasta que la razón vuelva a su cauce --si es que vuelve--, de La Monumetal.
Desde el mismo inicio, las ovaciones y el clamor por la libertad cercenada marcaron la tarde como no podía ser menos. Gritos de rabia e impotencia a la tapia sorda de la política catalana; gritos y toreo. Porque si algo tuvo la tarde fue toreo.
La corrida de Núñez del Cuvillo de desigual presencia, demasiado cómoda, puso los mimbres. Casta justa, nobleza a raudales y bravura de la que no se come a nadie. Al primero le dieron un puyazo fuerte que acusó bien entrada la faena. Hasta entonces Morante, que ya se había explicado bien con la capa, estuvo correcto, y luego fue ya cuando abrevió. Lo disimuló bien entonces y la cosa no pasó a mayores.
El segundo cuvillo, feo de hechuras, tuvo encastada condición. Mejor en movimiento que a la hora de tomar las telas. Mas El Juli sacó todo sus poderes: desde la primera serie en redondo hundió la manó en las profundidades y enganchó la embestida en la muleta a ras de albero. Profundo el toreo, atornillada la planta en los mismos medios y muy mandón el trazo. Sin tapujos y por ambas manos en perfecta ligazón y abuso, por aquí y hasta allá. Y el toro respondiendo al primer toque, galopando, revolviéndose tras la franela y La Monumental entregada. La traca final: un cambiado, otro, el cambio de mano sin enmendar, ligado el natural, el de pecho y el aquí está El Juli en un palmo de terreno. La estocada, estocadón. Dos orejas y la ovación al bravo animal. ¿Bravo dices? En Catalunya hay quien lo ignora.
La corrida marcó tendencia a la baja en el tercero. En cuanto a presencia (los dos primeros se habían tapado por astifinos) y casta. El tercero manso, sin entrega en los primeros tercio, suelto del peto y sin celo, rompió a bueno en la muleta. Manzanares le dio fiesta con su particular empaque en redondo. Places para los sentidos. Dos naturales, un gañafón al corbatín y vuelta a la diestra. El toro que se iba lejos, demasiado. Como si la muleta no lo sujetase lo suficiente. A la segunda que le marcó tablas y el toro vio los chiqueros, allá que se fue. Y la estocada recibiendo por pura cabezonería frente al mismo portón, otro espadazo. Cayeron dos orejas en total exceso.
A Morante le falló la voluntad, el fuelle o vete a saber. Tras los ayudados de inicio, con el toro metiéndose por el derecho, un toro que se había empleado sobre poco, tomó el camino breve y se llevó una merecidísima bronca. Y el as se lo guardaba.
El Juli, raza de figura y derroche de amor propio, exprimió al natural al quinto. Dos voluntades frente a frente. De ti para mí. Sin belleza pero en un importante derroche técnico, faena para medir la capacidad de un torerazo. Fue una oreja arrebatada.
El sexto empalagó por tanta nobleza, y Manzanares, como una vez tituló el maestro Joaquín Vidal, ejecutó un 'exuberante toreo de salón'. Empaque y gusto, y una cintura recia a compás de la embestida. Todo despacio. Hasta la estocada, un monumeto a la suerte de recibir. Y otras dos orejas.
Morante mascaba la bronca recibida y pidió el sobrero no sin antes hacerle un quite al sexto. El sobrero de regalo, de Juan Pedro Domecq, no puso impedimentos al plan del triunfo total. Morante que si ya había puesto cara la tarde con la capa, con el séptimo subió más. Chicuelinas, verónicas y una media a pies juntos de esas que no se olvidan.
Lo ocurrido en el séptimo cuesta narrarlo porque surgió del alma arrebatada del artista. Inspiración y torería desatada. El tercio de banderillas compartido con los Manzanares y El Juli y la faena sorprendente, diferente, única e incomparable. Con todos sus defectos, pero con esa naturalidad que imprime el de La Puebla a todo su cuerpo y al fundamental vuelvo de sus telas tan sensibles. Por unanimidad le cayeron las dos orejas para apuntarse a la apoteosis de la puerta grande. Morante puso la diferencia, El Juli el toreo hondo, Manzanares el empaque y Barcelona toda la pasión y entrega.
1 comentario:
Que pena que todavia no sepamos qué es vivir en democracia
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