Plaza de toros de València, 26 de julio de 2012. Tercera de la Feria de Julio. Toros de Núñez del Cuvillo, de correcta presentación en conjunto, desrazados. El mejor el segundo, peligroso el tercero y con genio bravucón el sexto. Francisco Rivera Ordóñez 'Paquirri (silencio y pitos), El Fandi (oreja y silencio) y Sebastián Castella (silencio y una oreja). Cerca de tres cuartos de plaza (sobre los 7.000 espectadores). [VÍDEO]
Sebastián Castella se apuntó a la Feria de Julio. Iba a venir sí o sí. En mano a mano o en terna. Con Talavante. O con Rivera Ordóñez y El Fandi. El caso es que le apetecía el reto de una plaza de primera sí o sí, y ya de paso, darle lustre a una feria a la que las nuevas formas de vida no benefician en exceso, sino más bien al contrario. Esa es la intrahistoria o una parte de... y a veces resulta conveniente conocerla para entender la propia historia.
Y la historia es la que escribió un francés como Sebastián Castella la pasada tarde en València, luciendo sus galones en València. Galones y responsabilidad de figura del toreo que no le volvió la cara a una desagradable y disparatada, a posteriori, corrida de Núñez del Cuvillo. Una explicación: los cuvillos o se rajaron o no se entregaron o sacaron peligro o genio por arrobas.
Se salvó uno, el segundo. 'Licenciado', un toro castaño, serio y bien armado. De expresión ofensiva. Con tranco brillante que se durmió por el izquierdo cuando El Fandi le meció el capote a la verónica por el izquierdo. Lo bien que maneja la capa El Fandi a estas alturas no lo vamos a descubrir. El caso es que fue toro importante en los primeros tercios por su galope y que propició un brillante tercio de quites. Ahí tomó Sebastián Castella posición y enlazó intrahistoria con la propia historia: se echó el capote a la espalda, se lo enrolló, citó desde los mismo medios y lo sacó por arriba, impávido, por saltilleras, una, otra, otras más y una gaonera soltando una mano en el remate. Quite señorial. Muchos pies en la embestida del toro. Emoción y encaje en la ejecución. El Fandi, por cierto, respondió por lopecinas.
Pero nada fue fácil para Castella. Otro reto a superar. El tercero, castaño con flequilo, cornidelantero, de expresión anovillada y 475 kilos en la tablilla, era un demonio con toda su mala baba. Más que embestir, arreaba y lo hacía a todo y contra todo. Sin emplearse, ni demostrando fijeza alguna.Quedándose por ambos pitones, recortando el viaje, cortando en banderillas. Ahí, por cómo resolvieron, se desmonteraron Javier Ambel y Vicente Herrera.
Una prenda para Castella. Tapado el toro, sin entrega, mirón y áspero. Por el derecho ni medio y de apuesta por el izquierdo. Y el francés lució sus galones. Tapados todos los huecos, no se podía dejar nada al azar. Muleta a la zurda, retrasada y a tragar. Firmeza, valor y cabeza. Una lucha en toda regla y mucha estrategia. Solo una vez le arrancó la muleta. Otro en cambio no habría aguantado ahí ni un suspiro. Castella, por contra y en actitud responsable según sus galones, aguantó en el sitio, imprimió mando para solucionar aquellas tarascadas de muy mala baba e imponerse. Era el momento de buscar la igualada. Pero cometió un error Castella, intentar una nueva serie de la que el toro se revolvió con una coz y se puso aún más imposible para la estocada, que fue casi entera al segundo intento y con gran habilidad.
Hasta el sexto capítulo la corrida había ido de mal en peor. La infumable cuvillada era un pésimo panorama para los gatos rugiendo en las tripas de Sebastián. Amplio, basto y con mal aire, frenándose; no era el sexto para tirar cohetes, pero era lo que había. Medio dormido, su despertar al encontrarse con la puya fue espectacular. Se calentó de lo lindo, encelado en el caballo, apretó con genio y de un viaje el picador salió volando por los aires. Al segundo puyazo, que no pasó de refinolazo, volvió a ganar el toro pasándose de pitón a pitón al equino y levantando los cuartos traseros a peso. El toro estaba en esa línea entre la bravura y el genio. Había opciones pero muchas teclas que tocar.
La disposición otra vez patente, atornillado para los estatuarios. Al toreo recortado el toro dijo nones con un apretón. Y lo volvió a repetir en la trincherilla que abrochó la primera tanda en redondo. Toro tardo al que esperar y enganchar con muleta ligeramente adelantada. A su altura y en su terreno. Fue inventándose Castella la faena muletazo a muletazo en tres series de convencimiento.
Y de repente cuando se echó la muleta a la zurda sugió el vuelo, el temple y el toro tras aquello, como haciendo el avión. Tal vez otro inicio más a favor del toro habría adelantado los acontecimientos en la faena, pero el sitio y la pausa en Castella por ir tocando y limando las teclas dio a la faena consistencia, argumento y grandeza.
Castella había lucido y justificado sus galones con toda la responsabilidad que se le puede exigir a una figura del toreo en una plaza de primera. Lo jodido es que después del espadazo el descabello abortase la rotundidad del triunfo y la segura puerta grande quedase en un solo trofeo. Pero eso, que el toreo demasiado a menudo es así de injusto ya lo sabíamos.
El Fandi cortó una oreja del segundo, aquel 'Licenciado' que tan bien se movió en los dos primeros tercios y que deparó un brillante tercio de quites Fandi vs. Castella. Tercio de banderillas espectacular y la gente contenta, que para eso había venido. Mas lo que siguió no pasó de la corrección y la solvencia de Fandila, pero sin acomple en las distancia y poco mando. Faena eficiente, en fin, con un toro a menos sin la espectacularidad de los primeros tercios y espadazo. Oreja a la profesionalidad. Porque eso a El Fandi le sobra. De enmarcar en ese plano el cómo solventó el tercio de banderillas poco fácil del quinto, que ya de ahí salió exhausto y en la muleta no duró nada. Como sin aire, se defendió y otro espadazo a volapié y nada más.
Paquirri fue la antitesis de Castella. Sin compromiso, la poca entrega y ninguna clase del jabonero ayudó a que no pasara nada. Por destacar algo, el comienzo, por abajo con sentido. Lo demás al aire del toro. Cero toreo. Y peor con el cuarto, con el que ya pegó Rivera Ordóñez un sainete con los palos y luego las vueltas que podía buscar en la embestida, pues como que no. Pitado y con razón. La tarde se le convirtió en un problema.
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