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Se impuso El Juli en un mano a mano que al tercero toro ya había quedado sin argumentos. El escalón o los escalones quedaron en evidencia al tercer toro. Cuando El Juli ya había arrancado dos orejas en total abuso de poder y al que había abierto la tarde le había soplado un toreo kilométrico sobre ambos pitones.
Silveti no rompió ni se rompió. Nadó entre la nada y la poca casta. Y al sexto, el mejor de largo de un festejo con dos hierros --Fernando de la Mora y Montecristo-- no le impuso mando a su cada vez más intensa embestida. La oreja supo a poco y a regalo.
Quedó patente que el mano a mano carecía de argumentos y estaba descompensado. Para uno fácil en exceso y para el otro, sino un quinario, un trago amargo.
A su primero El Juli le pegó una serie en redondo de mano baja muy ligada, empezando con una trinchera, con muletazos larguísimos. Kilométricos, como fue un natural largo, tanto que fue doble. Sujetó al toro, lo exprimió hasta agotar la casta y rajarse el animal. Pinchó por pasarse de faena hasta tres veces. Eso ya no lo consistió en el lavadito tercero de dócil nobleza, pitón derecho bueno y mejores las manos de El Juli.
Condujo bien y por el izquierdo sujetó con temple, corrigió y rompió por ahí más aún. Se fue a por la espada y vino aquello: el estallido. Toro podido, entregado totalmente. El Juli metido allí, sin mover una zapatilla, armó la mundial. Todopoderoso hasta el abuso por la falta patente de enemigo. En un palmo de terreno se enroscó por aquí y por allí y puso en pie una Monumental del DF que rozó el lleno. Arrolló El Juli en una tarde que solventó a medio gas por la aburrida casta bovina --la del quinto, con quien no pasó nada, se llevó la palma-- y un mano a mano cojo. Los rivales directos de El Juli son otros. Las gestas están ahí y deben ser esas.
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