19 marzo 2013

fallas 2013/ morante torea despacio y luque se va por la puerta grande


Plaza de toros de València, 19 de marzo de 2013. Última de la Feria de Fallas. Toros de Juan Pedro Domecq, dos de Parladé (3º y 2º bis) y uno de Jandilla (6º bis). Mal presentados, descastados y flojos en general, el sobrero de Jandilla marcó la diferencia. Enrique Ponce (pitos y ovación), Morante de la Puebla (pitos y vuelta al ruedo) y Daniel Luque (oreja y dos orejas). Más de tres cuartos de entrada (unos 9.000 espectadores).  [VÍDEO]

Conciliar el sueño y soñar un sueño cuando, digamos, sientes que se acaban de burlar de ti. Podría parecer imposible, si no fueras un bendito o un tonto de remate. Pues ahí queda la duda. O es que la tauromaquia y la lidia han perdido todo fundamento y ahora parece abocada a otra cosa, una representación preciosista según la capacidad de cada cual. Porque eso sucedió en la Plaza de Toros de València en el cierre de una pésima Feria de Fallas que no se tapa con el final feliz en el día de la cremà. De la burla y el toro reducido a su mínima expresión, a soñar un sueño mecido en las telas de Morante de la Puebla y su cuerpo entero.

La tarde grande de Sant Josep --cada vez menos grande-- fue de contrastes. Del cabreo y la vergüenza ajena por ser capaz de echar ni medio minuto en defender o promever algo llamado arte del toreo y que se hace frente a animales inválidos, impresentables como el primero de la tarde, a la alegría que provoca la facilidad poncista, el triunfo y puerta grande de Daniel Luque o, sobre todo, el toreo cuando surge según la interpretación de Morante de la Puebla. Al final resulta que algo deberá tener esto si una amiga promete volver tras ver su segunda tarde de toros.

Y es que no todos los días ves amorantarse una plaza de toros, y hoy sucedió. ¿Cómo sería si fuera de verdad y no en tardes con tufo a pantomima? Sería tan grande...

Morante se había llevado un susto de los gordos. Intentando descabellar al primero de su lote, el toro le pegó un arreón que le obligó a cruzarse el ruedo de costa a costa en un esprint como nunca se había pegado el de La Puebla. Se salvó de milagro, porque corrió prácticamente encunado unos diez metros y a la enfermería solo pasó con algunos rasguños.

Morante corrió en uno de sus toros para luego torear al siguiente, 'Criadero' su nombre, como pocos son capaces de torear. Más despacio imposible. De verónicas, un manojo en el recibo. Una media a pies juntos. Otra más, y ya se puede decir que fuéramos ricos en eso porque en la retina ya estaban las dos con las que remató a su primero, más una larga a aquel y otra al cuarto, de Ponce. Luego en respuesta a las gaoneras de Luque, Morante bordó su chicuelina barroca y esa larga tan suya al quinto.

Podía ser y fue. El comienzo fue primordial. Por alto y variado, muy llevadas la embestidas. Templadas y, sobre todo, muy enganchadas. También muy esperadas, siempre en la postura para hacer el toreo, respetando la media distancia. El toro imponía más por delante que por su culata y no tenía las mejores intenciones para entregarse. De embestida cansina y desrazada, el misterio a todo está ahí y en la muleta de José Antonio Morante, que puso toda la profundidad que no tuvo el toro.

El trincherazo para obligarle a volver y quedarse colocado, funcionó. A la siguiente, la embestida vino pulseada, obligada, sin la más leve protesta. El segundo muletazo, obligado, marcando el camino, recogiendo una embestida insulsa y manipulándola en una templada muleta, pecho y cintura entregados y a compás. Y el torero tan asentado: zapatillas enterradas, los tobillos como rotos. Enganchar la embestida por el hocido no fue fácil. El temple, primordial. Un muletazo que acabó prácticamente en un redondo ya arrancó el olé nada más presentar la muleta. A ralentí sugió el toreo de un Morante creador. Un par de pases de pecho duraron la vida. Y los remates arrebataron al personal, por alto, molinetes gallistas, trincheras.

Menor entrega a izquierdas. Un parón a mala hora. Vuelta al derecho, a pies juntos, Morante sinfónico, creando de la nada. València se había amorantado de repente, tras una mala tarde soñaba un sueño. Hablar de estocadas, despojos y demás, sobra. El caso es que se le llegó a pedir la oreja y la vuelta al ruedo fue obligada.

Si Morante era el esperado y casi, casi un sueño al final, Daniel Luque era el tapado o el que la empresa había colocado. Si miramos la faena a su primero se pensará que manejó perfecto cualquier tipo de presión. Inválido ejemplar el tercero (de Parladé), Luque estuvo como si toreando de salón. Sobre la diestra, muy despacio, a media altura y con tremendo gusto, y más que eso: sevillana imaginación en los remates. Trincheras, trincherillas, el del desprecio o el kikirikí. La estocada fulminante y una oreja.

La tarde respiraba. El cabreo acumulado en los dos primeros toros había acabado con sendas broncas a Ponce y a Morante. Por la pobreza en la presentación de sus toros, el hueco contenido y la obligación a abreviar de ambos. Ponce lo hizo mejor eso, a Morante en cambio se le atragantó más y llegó a escuchar un aviso. Luque aprovechó y cambió el signo, sobre todo porque le funcionaron las espadas.

Ponce perdió el trofeo o los trofeos del cuarto. Un castaño bien hecho, de embestida humillada desde la misma salida, pero no demasiado aparatoso por delante. Ponce lo cuajó con suma facilidad. Toro sin aristas, noble. De uso y disfrute, pero escasa emoción. El desarme cuando se vio que el pitón izquierdo se iba  largo fue inoportuno. La poncina salió apretada. Y la espada, como tantas y tantas veces, se atragantó. La ovación supo a poco.

Daniel Luque tenía que rematar. El juampedro sexto estaba inválido total y fue devuelto. El sobrero, de Jandilla, una ganadería que vino a reafirmar su triunfo del día anterior. Alto de cruz y sobre todo más toro que cualquiera de los de Juan Pedro. Mucha calidad y un tranco de más. Luque pareció querer asegurar la puerta grande con series cortas, con predominio de la mano diestra y lo exprimió al final cuando vio que el Jandilla daba para más. Ahí bajó la mano, ligó en redondo y jugó con él echando la ayuda y pasándose la muleta por detrás. Le armó el lío y el público feliz. La estocada algo trasera y las dos orejas, tal vez exageradas, pero las había pedido el pueblo, que en esta feria se ha llevado tantas desilusiones.

Se fue Luque por la puerta grande, Ponce tropezó con la espada y con una corrida que tal vez no fue la mejor elección y Morante de la Puebla, ay José Antonio, creó de apenas nada y por poco nos hizo soñar en un final feliz para una Feria de Fallas un tanto infeliz.


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