Enhorabuena, ganadero. Porque ahí queda su trabajo y su obra. No todos los días se echa en una plaza de primera como València una corrida de toros con la presencia requerida y, además, con los seis animales embistiendo. Ahí, don Borja Domecq, ha marcado la diferencia. Corrida completa, sí señor. Con opciones, duración, toreabilidad y todas esas cantinelas que reclama la tauromaquia moderna, y también ese necesario pellizco de casta y pies para irse tras las telas y reclamar mando en mayor o menor medida. Y siempre por abajo. Suyo es el triunfo, ganadero. Suyo y de nadie más. Porque a esa corrida embistiendo le han cortado sólo dos orejas las llamadas figuras, porque así es como se conoce este último tramo de las Feria de Fallas 2013. Y lo que es peor, al final de la tarde la sensación ha sido de aburrimiento generalizado.
La antaño orejera Plaza de Toros de València parecía como anestesiada un 18 de marzo, con la ciudad de bote en bote. Lo de aquel coso que se convertía una tarde fallera en la misma Babilonia y los babilonios en pie de guerra, el caso es que hoy se antoja tan lejos. Y más todavía al día siguiente del día de autos, de la afrenta que provocó --o eso dicen-- el triunfo de El Fandi y El Cordobés. Hay que atreverse a pensar que aquello, lo de ayer, por muy chabacano que resultase resultó un oasis en mitad del desierto. Que no vale la pena rasgarse las vestiduras por lo de ayer, sino por lo de hoy.
Seis toros. Con cuajo y hondura, como primero o sexto; rematados por delante y un tanto menos por atrás, como el segundo; muy bajo, prácticamente un zapato, el tercero; y guapos como el cuarto o el quinto. Y en total solo dos orejas y cinco avisos.
Juan José Padilla fue un héroe auténtico, sin escatimar un ápice. Es más, pecó de exceso con su primero. Un tío de Jandilla, badana incluída. Con ganas de humillar, pero con un tranco de menos para acabar de irse. Espectacular en banderillas, a destacar el apretado tercer par al quiebro, brindó la faena al Tendido Joven. Padilla se pasó de revoluciones para lo que le venía marcando el toro. Pero poco pareció importarle. Abusó de confianza en unos terrenos, seguro, molestos para el toro pese a su demostrada nobleza. Tras la estocada, algo desprendida y trasera, fue ovacionado.
Para la faena del cuarto ya no se andaría con chiquitas. Adelantó la nit de foc trayendo auténticos fuegos de artificios a la plaza. Cinco o seis largas de rodillas en el saludo y luego todo lo demás. A banderillas, tras ser picado con justeza, llegó con todo el animal. Otra vez de rodillas el inicio, ésta vez en redondo, pasándoselo por el pecho, muy cerca y utilizando todas sus formas por agradar. Optó por la fórmula más comunicativa. Y se se fue directo a por las dos orejas. La boyantía del pitón derechó le permitió mayor fiesta, por el izquierdo se le metió y ya, cuando tocaban a zafarrancho de combate, volcó todo su hacer con la diestra, de arrimón y rodillazos. Y porque metió la espada a la segunda, que sino le dan las dos orejas entre gritos de 'torero, torero'
La otra oreja la cortó de Miguel Ángel Perera del noble y grande sexto toro. Muy atacado, de tremenda pelota, pero estrecho de sienes y con las puntas hacia arriba. Su nombre, Testarudo. Miguel Ángel Perera, muy asentado en sus formas. Espectacular el inicio con los cambiados (porque fueron varios) en los mismos medios. Luego el acople costó en llegar. El aire molestó. Las soluciones para paliarlo y a partir de ahí los muletazos de trazo largo de Perera, larguísimo, muy retorcido, agarrado a la arena y todo muy ligado. Pero la suerte también demasiado descargada, demasiado encorvado. Ensimismado en aquello, la trinchera ligada con el redondo y una cintura de un giro espectacular. En las cortas distancias, cuando más cerca se quedó al rematar un derechazo, el jandilla alzó la protesta. Por el izquierdo los muletazos no remataron tan atrás y la mayoría de las veces acabaron abriéndose. El arrimón, Perera metido entre los pitones y el temple otra vez de su mano diestra. El viaje conducido desde ahí encima, pierna retrasada. Faena larga, tan pocos olés como casi ninguno. Un aviso antes de la estocada y una oreja.
Miguel Ángel Perera se paró mucho antes con el primero de su lote. Encastado en manso, el toro apretaba por su misma condición por el pitón derecho. Pero aún así Perera le echó el pulso y le ganó la cercanía al toro en la segunda serie, una de esas en las que Perera es capaz de estar dos minutos en la cara del toro como si nada. Normal que ahí aflorase la mansedumbre y el jandilla quisiera su espacio cuando lo pasaron por el izquierdo. Ya metido entre los pitones, en redondo, el manso volvió a protestar y llegó a prender de mala manera por la faja a Perera, sin consecuencias, pero demostrando que el sitio que pisaba tenía su intríngulis. Tras la estocada fue ovacionado.
El Cid no estuvo. Espeso y pegapasista, sin temple en las telas ni en su corazón. No puso pausa en su toreo, su mano zurda manejó la muleta como si fuera un trapo y se le acabó yendo un lote de triunfo. Con muchas dudas ante su buen primero, que solo se le metió un par de veces por cada pitón casi más por casualidad que por defecto. En el quite por gaoneras de Perera y en banderillas apuntó cierta codicia. El Cid amontonó muletezos en las rayas sin ton ni son. Debió ser por la insistencia y el aviso logrado por lo que escuchó algunas palmas.
El quinto se le fue. Su mágica zurda no apareció y se antojó de lo más zarapastrosa. Sin pulso ni mando. Incapaz de gobernar, buscó la solución en un arrimón ya sobre la diestra y que casi nadie se creyó.x
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