FICHA DEL FESTEJO Plaza de toros de València, 14 de marzo de 2014. Sexta de la Feria de Fallas. Toros Jandilla (el sexto como sobrero) y Vegahermosa, desiguales de presención, nobles y bajos de raza. Los tercios de varas fueron meros simulacros. EL CID (silencio y vuelta al ruedo), MANUEL ESCRIBANO (una oreja y silencio ) e IVÁN FANDIÑO (oreja tras aviso y ovación de despedida tras aviso). Cerca de los dos tercios de aforo (unos 7.000 espectadores). [FOTOS :: JESÚS CAMANCHO] |
Gama de azules para enceder la tarde. Según la intensidad
decreciente del azul hay que entender la tarde a más. El eléctrico de El Cid
era transparente y desenchufado, como estuvo y por estar así casi le
cuesta un muy serio disgusto. El azul cielo de Manuel Escribano, que se presentaba en València, fue como es ese
azul que todos los valencianos entienden (entendemos) como debe lucir
el cielo un día de Fallas. Éste, el cielo del día, no era precisamente (algunas nubes
agrisaban la tarde), pero Escribano se explicó de tal modo que por
momentos su toreo pareció que hablaba en valenciano porque la conexión
fue inmediata. Y por último estaba el celeste de Iván Fandiño, el de la
claridad meridiana y un compromiso de acero, al que solo le negó,
precisamente, el mismo acero.
No sé si en química este titular es posible. Pero en la Tauromaquia convertida en colección de suertes, sí los es. El acero es capaz de frenar al acero. Maldita sea. Porque por lo demás Fandiño campó a sus anchas. Una vez más dio la impresión de que los toros no le llegaban ni a las rodillas, y concretamente el sobrero sexto no le pasó de los tobillos. Pero el toreo de Fandiño tiene esa virtud o ese defecto cuando el toro viene carente de casta y poder. Que su entrega generosa va aparejada a la generosidad con el toro y sin la mínima expresión de éste no hay más allá.
Como una declaración de intenciones hay que entender los primeros lances al primer toro de su temporada: de
rodillas para torear a la verónica al cinqueño que hizo tercero. Serio,
hondo, bajo de manos y de carnes bien apretadas y repartidas, cuajando toda la antomía. Mucho mejor de pie, ganando
terreno y ya ciñéndose la embestida a la bragueta hasta los mismos
medios. El mando a derechas, dejándose venir de largo la embestida, luciéndola, confiándola, fue cada vez más rotundo. Ajustado siempre. El temple era del todo perceptible porque la embestida no se salía del muletazo por mera iniercia. Una tanda con la izquierda, pese a algún enganchó, tuvo profundidad. El toro no se acabó nunca de entregar. Los pitones muchas veces sueltos pasaron a milímetros de los muslos, de la barriga. Pero siempre venció la muleta de un Fandiño que no rectificó y ligó encajado con un agarre perfecto. Se tiró a matar entre los pitones, literalmente, y pinchó. El acero frenó al acero. La estocada vino a la segunda y trajó el premio de la oreja.
(imagen captura de vídeo)
Orejas. Torear para cortar orejas. Qué contrasentido, por cierto. Pero ese era el objetivo. Una oreja más que le abriese la Puerta Grande de València. Y seguramente la abrió, pero no materialmente. Ya la tenía entreabierta desde que, protagonista principal del cartel, a un día del arranque de todo el pifostio fallero, la plaza de toros de València rozó los dos tercios de aforo. Tal vez bastante más que un detalle más allá de las fortalezas que se le presuponían al vasco: la disposición, la entrega y esa mirada de tigre... o de león, según su recién estrenado logotipo.
El sexto, cara lavada, aspecto anovillado. Fue protestado y devuelto. El sobrero no mejoró en exceso en trapío. Y su condición noble estuvo cogida con alfileres de casta escasa. No lo molestó Fandiño nunca. Y lo dejó venir siempre. Cuidó, sostuvo y cuajó al jandilla que no le llegaba ni a los tobillos. Faena sobrada, sin profundidad más allá de la reunión. Poco toro para Fandiño, que sin embargo hizo todo por lucirlo. El cambiado por la espalda, las zapatillas hundidas, el toreo en redondo, los cites a 20 metros, el natural aliviado para no quebrantar al animal y todo aquello. La faena estaba cuajada según el toro. Exprimirlo hasta su mínima expresión y meterse entre los pitones para qué si ya estaba claro que el toro no le llegaba a los tobillos. Pero el acero frenó el acero otra vez. La espada negó el triunfo orejil. Lo demás quedó patente. También que la voracidad del bicho se había quedado hambrienta tras pasar por València.
Manuel Escribano cayó de pie en su presentación. Desde que se fue a porta gayola a recibir al primero y tras su vistoso saludo, rematado de media de rodillas y colorista serpentina, el entendimiento fue mutuo. Como se ha dicho, parecía que este Escribano sevillano de Gerena hablaba valenciano y venía de la misma huerta, de algún pueblo cercano a Foios. Más aún cuando cogió los palos y el personal se alegró: "Mira, el rubiales este també fica banderilles... xe que bó!"
En ese segundo toro, un jandila fino y estirado para embestir tuvo nobleza, aunque para el tercio final acusó falta de chispa. Pero es que se le hizo casi todo. La porta gayola, el tercio de quites --tafalleras fandiñistas contestadas por caleserinas de Escribano--, el tercio de banderillas con sus carreras y sus quiebros inverosímiles, como el que casi le cuesta la vida la temporada pasada, y así. Por entonces, a Escribano ya lo habían adoptado en alguna alquería y eso que no hacía ni 10 minutos que se conocía. La fluida comunicación continuó por la vía del temple. Gazapón el animal, pero con buen aire, encontró en el temple de Escribano la excusa perfecta para seguir la muleta. La oreja generosa se le concedió tras estocada defectuosa.
El quinto no tuvo emoción alguna. Desrazado, hasta el punto de llevarnos a la reflexión siguiente: El medio (el toro) es el mensaje (la verdad). Lo que se dice (el toreo) no
tiene importancia si no hay medio (toro).Y así le pasó a Escribano en su segundo turno y casi, casi que también a Fandiño.
Lo de El Cid preocupó. Vamos a pensar que todavía tenía la cabeza y el corazón en el relajado invierno del torero. Pero la sensación fue de muchas dudas y excesivas precauciones. El Cid transmitía inseguridad. Mucho pico al manso y badanudo primero, que tuvo movilidad, pero acabó rajado. Y con el cuarto, con más hechuras de Fuente Ymbro que de Jandilla, en ese ir y venir de animales que se traen entre manos Ricardo Gallardo y Borja Domecq, El Cid se libró de algo serio, pero todo quedó en un voltererón tremendo cuando intentaba el primer natural. La faena acabó en arrebato y con la sensación de estar siempre muy a merced de un toro que en verdad fue mentiroso y al poco que le obligaron, echó el freno.
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