Le pusimos la mediática y como tal diremos que ha sido líder de audiencia. Fuera del meollo fallero, la empresa haciendo gala de gran ojo empresarial anunció a Jesulín de Ubrique, Manuel Díaz “El Cordobés” y Rivera Ordóñez. Y la corrida ya en el paseíllo había sido todo un éxito, hablaban unos tendidos llenos hasta la bandera y que guardaron un minuto de silencio en memoria del picador Antonio Ladrón de Guevara, que falleció de forma trágica en la madrugada del 11 de marzo.
A partir de ahí muy poca o ninguna trascendencia. Lo que el público quería era ver de cerca de sus ídolos. A esos de los que día sí y día también conoce sus andanzas a través de la televisión. Lo que viene siendo el toreo le tenía más bien sin cuidado al personal. Así, lo más celebrado fue, tal vez, la voltereta perfecta que se dio el tercero de la tarde cuando Rivera le daba capa.
Jesulín, El Cordobés y Rivera dieron fiesta con una corrida impresentable por fuera y por dentro de María José Barral. Buscaron en los tendidos de sol el aplauso fácil. Pero aquí todo es lícito, la fórmula viene de antiguo y ellos le saben sacar todo su partido.
Algo habrá que destacar, por ejemplo que Jesulín dio temple, aquel que le encumbró, en sus faenas, las dos, en terrenos de toriles. La primera a uno, que por inválido, le dio por embestir rebrincado. Faena de sobeteo y desplante final. Oreja. La segunda fue al más potable del encierro de Barral. Justo de poder, se venía de largo. Faena made in Ubrique que levantó el olé femenino predominante. Cuando parecía que la puerta grande era inevitable, pinchó en tres ocasiones.
El Cordobés desplegó su particular show ante dos descastados e inválidos medio moribundos. Al primero poca fiesta le pudo dar, se desquitó en quinto: saltó la rana, hubo cabezazos y teléfono, oreja y vuelta al ruedo en loor de multitud para que todos viesen bien de cerca al ídolo, que de siempre se ha dicho que cae la mar de simpático. Y es verdad: Manuel es un buen tipo.
Rivera es una autentica factoría de dar pases. Le dio muchos al tercero, y por eso dio una vuelta al ruedo, y más al sexto, un sobrero de Martelilla, que marcó la diferencia con lo de Barral, por presencia. El toro tuvo lustre y a Rivera, que puso banderillas a petición popular sin que el resultado, no más que aceptable, tuviese nada que ver con la respuesta eufórica de unos tendidos bien pertrechados de sus modernas cámaras digitales, se le escapó algún muletazo a diestras con cierto gusto. Pero fueron los menos, sólo dos o tres, de los que merecía el toro. Acabó todo con un par de pinchazos.
Los aficionados suspiraban. El suplicio había acabado. Y se entretenían en recordar la actuación de José Calvo, que en los altos del tendido uno tenía más cara de torero que nunca.
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