22 abril 2008
''señora, será que no hay nadie resfriado''
20 de abril de 2008, Plaza de Toros Monumental de Barcelona. ¿Toros? de Domingo Hernández y Garcigrande para Finito de Córdoba, José Tomás y El Juli.
En la andanda del tendido cuatro de La Monumental de Barcelona, donde dos posaderas aguardaban a otros tantos sacrificados excursionistas llegados de Valencia, había dos chicos fornidos. Uno vestía chándal, el otro no, pero llevaba anudada al cuello, en plan Superman, la bandera de España modelo 'con toro'. No, no jugaba la selección, aunque por allí andase José Antonio Camacho. Ni tampoco el Espanyol, equipo del cual ondeaba su banderola también, pero un poco más allá, en la andana del seis.
Toreaba José Tomás. Y también El Juli (y Finito de Córdoba, que ya ni me acordaba). Los toros ¿toros? Bueno, eso decía el cartel, aunque ya en el ruedo no eran más que simples novillos, con marca de Domingo Hérnandez y Garcigrande, también conocida como garcichico.
Esto de hacer una corrida de toros con dos hierros son ganas de fardar: "mira tengo dos ganaderías". Pues que poca vergüenza y que asco. ¿Ganaderías de qué?
Allí en la andana del 4 daba poco más que igual. Había tres hermanas que eran la sensación y una mujer pensionista que cuando iba a salir el tercero descubrió que no tenía claro quien toreaba: "y éste quién es", preguntó. Al lado, su amiga que al averiguar que se trataba de El Juli, preguntó si todavía ponía banderillas. No señora, desde hace cinco años no, pero muy buena memoria la suya. El marido de una de las dos debía ser el más aficionado, además de también pensionista. Fue radiando, les decía a los matadores desde la andanada del cuatro: "deja que se refresque"; al oírle, me sabía mal no poder acercarle una vasito de agua a la birria y me acordaba de don Joaquín: si fuese bravo a ver quién tendría que refrescarse. Dos filas más abajo, los chicos fornidos daban parte de un nutrido surtido de embutidos embasados al vacío, y grababan el espectáculo, aunque si por delante pasaba algo mejor, no lo dudaban y seguían al trasero de turno.
La corrida avanzaba y una de las mujeres lamentaba que ni ella ni nadie hubiese podido sacar los pañuelos y hacerlos flamear en medio del éxtasis. Por no desilusionarla explicanádole lo de la ausencia de casta, traté de hacerle gracia: "señora, será que no hay nadie resfriado". Para sacarlo tuvo que esperar la muerte del sexto, que a la postre fue el mejor. Al menos, el único capaz de embestir con pies. Los demás fueron, en mayor o menor grado, toros de cartón piedra ligeramente artículados que pusieron en un aprieto los mismísimos cánones de la tauromaquia moderna.
La de siempre, la clásica y que se sustenta en el parar, templar y mandar no cabía. Ni había que parar -más parados no podían estar-, ni mucho menos mandar. Templar sí: qué menos. Y fue El Juli quien mejor lo hizo. Devuelto el titular precipitadamente visto lo corrido, con el tercero bis El Juli tuvo que meterse entre los pitones. Primero lo hipnotizaba usando la muleta como péndulo, se la sacaba, daba un brusco toque y sin apenas tiempo de reacción le conseguía sacar el muletazo limpio y largo. Todo un logro. Luego fallaría a espadas y la señora maldecía.
Le había pasado igual con el primero de José Tomás, que tras una faena que empezó inteligente, situándose en la distancia y los terrenos donde el novillo (su lote, el más estrecho, chico y anovillado) no tenía otra que embestir. A la segunda serie lo tenía ya en los medios. Sin abusar de cercanías, primero, faltó limpieza. Un derechazo bueno, otro natural. José Tomás ponía la tensión. Quieto, estoico. Acabó por pasarse de faena. Le sobró la última serie, también las manoletinas ajustadísimas y sobre todo los dos pinchazos.
El espectáculo del quinto fue lamentable. Parado el toro, José Tomás surcaba la arena. Hacía caminitos, estelas dirían los repipis, mientras el novillo, perdía la vista por la espalda del torero. Sabe dios qué miraba, pensaba a lo mejor: "esto no es para mí". Y así más de diez minutos: atravesado el toro al final acababa por pasar por donde parecía imposible. Ya digo: José Tomás, ensimismado en sí mismo o en plan coñazo, según se quiera, pasito a pasito le hubiera podido dar la vuelta al animal tantas veces como hubiese querido, y éste seguir mirando las musarañas. Fijo.
El Juli, tras la lección de temple al tercero, al que también le había dado una buena media, tuvo al sexto capaz de embestir con pies. Faena sobrada, en redondo y al natural, que además del triunfo, le iba a dar la victoria en la supuesta competencia que no fue. Porque así, con garcichicos y sucedáneos, no vale.
Y es una lástima, porque La Monumental hasta arriba no se ve todos los días. ¿Perdón? Ninguno; aunque mira la masa como adora al mesías. Y Finito sí, estuvo. Nada primero, y luego hizo como si lo intentase y hasta hizo quite a la verónica, que precedió al de José Tomás por gaoneras.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Gran post y excelente crónica. ¡Enhorabuena!.
Publicar un comentario