Vía :: Vinilo Valencia | A estas alturas la carrera de Enrique Bunbury merece poca discusión, y las que merezca quedan para cuestiones de la subjetividad del gusto. Lo demás sobra. Su trayectoria ha desembocado en este momento en un álbum titulado Hellville De Luxe, que viene a ser el compendio de su historia tanto en solitario como al frente de Héroes del Silencio, con los que remató hace poco más de un año una tremenda, especial y emotiva gira, que acabó en Valencia como, coincidencias, ésta que ha servido para presentar en directo su último trabajo en solitario.
Y ha ocurrido como es. Bunbury, artista total, exprimió en el pabellón de La Font de Sant Lluís, más allá de sus últimos temas, una buena selección de su legado. Barriendo cual torbellino el escenario y entregándose en la interpretación y puesta en escena de cada una de las piezas, entre las que cobraron especial importancia, además de las de Hellville De Luxe, las de aquella obra, íntima y personal, que tituló Pequeño, y a la que ha aprovechado nueve años después para rendir homenaje revisando y reversioneando varias de aquellas canciones.
Porque Bunbury ya se permite esas licencias con su repertorio que cada vez más lo aproxima al salvajismo claroscuro de Tom Waits. Desde el mismo comienzo con una ruda interpretación de El club de los imposibles, seguida por la Señorita Hermafrodita, el concierto rompió hacia delante e incontrolable con Hay muy poca gente y, sobre todo, el rock titulado Bujías para el dolor. La reflexión se brindaba con Porque las cosas cambian –su trayectoria, la influencia de Héroes en alguna de sus nuevas canciones tras la gira de 2007--, y se agarraba a su primigenia identidad con Sólo si me perdonas, cuando por primera vez aparecía el citado Pequeño del que se rescataría, además, un Infinito más hondo que nunca, El viento a favor, que vino a elevar una de las cumbres del concierto, y necesariamente El extranjero.
El espectáculo lo brindaba Bunbury al frente de una banda maciza integrada por Álvaro Suite (guitarra), Jordi Mena (guitarra), Jorge Rebenaque (piano, hammond y acordeón), Rober Castellanos (bajo) y Ramón Gacías (batería). Primero a sus anchas en el escenario, y después recogido por la formación puramente rockera sobre el tapiz colorado, más arropado para disparar aquello de El hombre delgado que no flaqueará jamás. No se podía decir ni basta. En un visto y no visto, Bunbury de enrollaba las plumas, se abría la camisa y se entregaba al sonido como nadie.
Bunbury cabaretero. Bunbury borracho de Tom Waits. Bunbury estrella del rock. Bunbury, Bunbury, cuando ya había rematado Sí o Apuesta por el Rock and Roll, y había recuperado oportunamente a la Alicia expulsada del país de las maravillas, Bunbury, esta vez más que nunca, recogió la esencia de Morrison en la narcótica y rebosante de dolor No me llames cariño. Todas las miradas sobre un artista sediento de público que palpitaba al ritmo hipnótico del hammond que atravesó más allá de las sensaciones puramente musicales.
Para qué más, con el epílogo ya al acecho (...Y al final), no quedaba otra que volver al principio, eludir cualquier absurda discusión y resumir a este músico y artista en dos palabras: Enrique Bunbury.
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