Posado de Morante y El Cid para la foto del triunfo. |
Todo sigue igual o al menos este enjendro llamado Feria de Invierno, que se debería cuidar mucho más, poco ha hecho por cambiar la situación actual de la fiesta de cara a la próxima temporada. El triunfalismo se forzó hasta límites sonrojantes, se regalaron orejas, se concedieron vueltas al ruedo y la esencia y verdad de la fiesta se rebajó una vez más.
Cartel de lujo y una corrida propia de un festival para tarde tombolera con toro de regalo y todo, qué alegría qué alboroto. La de Núñez del Cuvillo con tres colorados, dos negros y un jabonero lució baja casta y muy escaso trapío. Muy pobre de defensas. Sólo el sexto se salvó diferenciándose del resto, y por eso y no por otro motivo le premiaron con una póstuma vuelta al ruedo sin justificación.
La tarde estuvo a punto de estrellarse y hasta el quinto poco contenido había ofrecido. Sólo los chispazos de torería de Juan Mora con el primero y un arrebatado inicio de faena de Morante en el segundo se habían salvado. El resto difuminado en medio de una desesperante vulgaridad bovina, que arrastró a El Cid. También a Juan Mora que con el cuarto parecíó no ser el que con doce sorprendentes muletazos revolucionó la temporada pasada y ante un manso y descastado animalejo perdió demasiado tiempo para no llegar a nada.
Pero en el quinto cambió el signo de la tarde y la excusa se puso en bandeja para desatar el triunfalismo. El principal culpable, José Antonio Morante (de la Puebla). Si con su primero dejó la boca agua con un muy buen inicio, pero luego fue incapaz de parar, templar y mandar la un tanto acelerada embestida del cuvillo, el quinto le salió a modo. Simple y dulzón, de embestida al ralentí, Morante se explayó en su arte y el público se embaló y la cubierta del Palacio Vistalegre amplificó la euforia, principal deseo tal vez de esta Feria de Invierno tras un tiempo sin orejas a espuertas... quién sabe. Que no fue para tanto es evidente. Pero que fueron suficientes una serie en redondo muy encajada y otra al natural, un de pecho y una colección de toreo por bajo, y que dio lo mismo el pinchazo previo a la estocada, también. Las dos orejas las concedió una presidencia florero sin pensarlo dos veces.
Juan Mora cuando vio que el triunfalismo le pillaba, nunca mejor dicho, a toro pasado, pidió el sobrero de regalo como si esto fuese México, saliendo al tercio y encarándose con la presidencia con buenas maneras. Esperemos que esto quede en simple anécdota.
Pero antes del 'séptimo', el sexto para El Cid. El jabonero, el toro con más cara de toda la corrida, que resultó boyante. El Cid se lo dejó venir de largo en dos primeras series y lo templó. Perdió comba con la zurda y no volvió a alcanzar el nivel del inicio, mientras el toro seguía tomando la muleta con la misma o mayor franqueza. Dejó una estocada desprendida y cuando todo parecía que iba a quedar en una oreja y gracias, ¡las dos! Esto ya no había por dónde cogerlo.
Todo parecía que la escena del día anterior con tres matadores a hombros --el sábado Talavante, El Juli y Manzanares-- se iba a repetir, pero el sobrero que pidió Juan Mora se paró y el extremeño se pegó una arrimón más que digno y arrancó una oreja. Tal y como la recogió, enfiló la puerta de salida y, por su parte, Morante y El Cid escenificaron la última escena del show triunfalista con la imagen de lo que pretendía ser pura apoteosis. Pero no, ni mucho menos. Así, forzando la situación, no se le hace ningún favor a la fiesta.
1 comentario:
Me encanta el concepto de "presidencia florero".
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