Foto :: Berho para Aplausos |
Un Miura de aquella manera. Imposible para casi todos y excusa perfecta para los defensores de aquello de la 'toreabilidad': ese concepto que acepta como válidos sólo según qué toros para según qué tipo de toreo, reduciéndolo todo a la previsibilidad, ninguneando la lidia y el sentido de la tauromaquia.
Miura grande y de pelo castaño del que tuiteamos: "Mansea, se cuela. Se defiende. No nos guta este tercer Miura para Castaño". Desagradable, espero y cortó con toda la mala y idea en baderillas a Adalid, pero poco importó. Javier Castaño se sentó en la silla del toreo, que es como las que tiene mi abuela en su casa, de enea (en valencià, cadira de boba), e impartió genial lección de toreo y temple, poso y magia, genial torería e improvisación que hicieron al conjunto tan puro como diferente y único.
Desde el comienzo por alto sentado en la silla, hasta que de repente, con ese pulso y ese sitio y ese valor, Castaño cuajo cuatro naturales mágicos. Largo y puros. El toro mandado, obligado y sin posibilidad de protestar: y no hacía ni cinco minutos aquello parecía imposible. El final sin la ayuda, cambiando la muleta por la espalda, ligando el torero sobre ambos pitones fue pura improvisación y el espadazo el más digno colofón a aquella obra ya imborrable.
Como para darle las dos orejas y pasear a Castaño sentado en la silla del toreo (de enea o boba) por la calle Estafeta y hasta la Plaza del Castillo y sentarlo allí en su templete para que explicase aquello. Pero solo le dieron una y es que entre tanto cachondeo en Pamplona cuesta enterarse del todo de lo realmente profundo, pero ese es otro problema. La obra ahí quedó.
Salió un Miura, el segundo, que sí fue por temple y nobleza otra cosa. A Robleño le permitió hacer la verónica hacia afuera con gusto. Pero el toro se rompio mucho de atrás empujando al peto y no tuvo ya la confianza para terminar de romper del todo. La faena se mantuvo en el buen tono, pero sin romper. Rafaelillo a la defensiva, navagó en entre violentadas embestidas. La diferencia entre su pulso y temple fue abismal con el de Castaño, por poner un ejemplo.
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