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Y salió el quinto, rebrincado, de corta embestida. Desordenada. Morante en plan bregador y el gesto torcido. No pudo cuajarlo de capa. Pero le fue andando, buscándole. El toro de acá para allá. Tras pobar el peto tampoco pudo asentar las zapatillas y torear por verónicas. Lances andándole. La embestida de repente se fijó al vuelo, el recorrido de la embestida, la voluntad, apareció con la suavidad. Lo vio y lo hizo.
El inicio en redondo, no se encontraron. Pero el diálogo tenía que dar sus frutos. Y con la muleta a la zurda fue cuando surgió aquello. Morante trazó el natural más natural: sobrenatural. Como quien lo imagina y lo ve. Pura emoción a un lado y otro del charco y en el mar de las redes sociales y en Twitter, trendig topic. Es que cada natural, como caricias, era una auténtica sacudida.
Era la belleza misma. Y requería su tiempo. Hasta el mismo toro --el toro de La México que tanto deja que desear-- tenía que darse un tiempo en aquella borrachera que nos hacía pasadas la 1.30 brincar y berrear el olé de pura emoción. Natural lento, como mecido en aparente relajo, el toque sutil y la eternidad a través de la pantalla del ordenador. Da igual el medio o el canal. Los sentimientos se conmueven con el mensaje: toreo sobrenatural made in Morante de la Puebla en el embudo mexicano.
Qué cosas. Y ese arrebato de torero. Tenía que cuajarle el pitón derecho aunque solo fuera una serie. Y la cuajó. La México había tenido ese sonido de las grandes faenas. Media estocada suficiente y dos orejas, que qué más dan. El toreo, cómo había sido el toreo. Delicado, sobrenatural. Emocionate.
Decía Morante de la Puebla al finalizar: "me he podido comunicar con el toro".
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