Se arrastraba el tercero y en el tendido tres una cuadrilla se sacaba toda la artillería. Sin miramientos: ¡toma merienda! De jamón, queso, pan... postres y café tocao por si faltaba algo. Todo de casa, que estamos en crisis.
Cuando nos dimos cuenta, ya estaba bien avanzada la faena al cuarto: Javier Jiménez había descubierto el buen pitón izquierdo, se destapaba la fiambrera de la calabaza dulce como ella sola. No faltaba detalle... ¡Y eso que se trataba de una novillada! El toreo es grandeza, ya lo dijo aquel.
Al lío, cada uno al suyo. Por eso la calabaza la empezaban a repartir con Javier Jiménez metido en su faena, vendiendo aquello por naturles. El pitón izquierdo lo merecía. La calbaza, también. Bien repartida, hubo calabaza para todos los amigachos.
Javier Jiménez había pintado buenos naturales y del termo la cuadrilla ya se repartía el café. En botella de medio litro de La Casera, el coñac trabucado. Qué qué. Hasta una pastilla de turrón del duro, oiga.
¡La merienda era de navidad!
Aquello había que celebrarlo. Javier Jiménez había cortado una oreja en medio de aquel tostonaco y una cuadrilla de amigos había merendado como hacía tiempo que nadie merendaba. Había que celebrarlo y compartirlo. En familia...
Por eso allá que se fue, escaleras tendido abajo el señor de la gorra, con esa su bota a ofrecerle un trago al rubio torero de Espartinas.
La felicidad de Javier Jiménez con su oreja era la del señor, que compartió la suya con el novillero y con todos con los que se encontró tendido arriba, trago va, trago viene...
Y ya de vuelta a su localidad y después del faenón...
Menos mal que todavía quedaba un poquito de turrón para rematar aquello.
¿Quién dijo que la tarde había sido un tostón? Según se para quién y según se mira, oiga.
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