torear al siguiente, 'Criadero' su nombre, como pocos son capaces de torear. Más despacio imposible. De verónicas, un manojo en el recibo.
Una media a pies juntos. Otra más, y ya se puede decir que fuéramos
ricos en eso porque en la retina ya estaban las dos con las que remató a
su primero, más una larga a aquel y otra al cuarto, de Ponce. Luego en
respuesta a las gaoneras de Luque, Morante bordó su chicuelina barroca y
esa larga tan suya al quinto.
Podía ser y fue. El comienzo fue primordial. Por alto y variado, muy
llevadas la embestidas. Templadas y, sobre todo, muy enganchadas.
También muy esperadas, siempre en la postura para hacer el toreo,
respetando la media distancia. El toro imponía más por delante que por
su culata y no tenía las mejores intenciones para entregarse. De
embestida cansina y desrazada, el misterio a todo está ahí y en la
muleta de José Antonio Morante, que puso toda la profundidad que no tuvo
el toro.
El trincherazo para obligarle a volver y quedarse colocado, funcionó. A
la siguiente, la embestida vino pulseada, obligada, sin la más leve
protesta. El segundo muletazo, obligado, marcando el camino, recogiendo
una embestida insulsa y manipulándola en una templada muleta, pecho y
cintura entregados y a compás. Y el torero tan asentado: zapatillas
enterradas, los tobillos como rotos. Enganchar la embestida por el
hocido no fue fácil. El temple, primordial. Un muletazo que acabó
prácticamente en un redondo ya arrancó el olé nada más presentar la
muleta. A ralentí sugió el toreo de un Morante creador. Un par de pases
de pecho duraron la vida.
Y es que no todos los días ves amorantarse una plaza de toros, y hoy
sucedió. ¿Cómo sería si fuera de verdad y no en tardes con tufo a
pantomima? Sería tan grande...
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