Un día perfecto e inolvidable dentro de un viaje para enmarcar a tierras de Jaén. A Úbeda y a Cetrina, la finca del maestro Enrique Ponce en Navas San Juan.
Perfectamente organizado por la asociación valenciana Tendido Joven, el viaje prometía mucho y al final nos dio tanto o más que eso y permanecera imborrable en la memoria. De primeras, la enhorabuena a Tendido Joven por todo y por el acierto de abrir las puertas a los no asociados. Y de ahí la primera gran conclusión: el toro, la tauromaquia y sus pasiones se han confirmado una vez más como nexo de unión cultural de enorme fortaleza, más allá y por encima de todas las etiquetas y los prejuicios.
El otro gran descubrimiento fue el mismo maestro Enrique Ponce, su mujer Paloma Cuevas y su familia, porque allí también estaban los padres de Enrique y su hermano Álvaro. La atención dispensada, la absoluta cercanía a ese grupo de 65 jóvenes, aficionados en mayor o menor medida, y que no querían desaprovechar un día tan especial, cuidar hasta el mínimo detalle. En fin, todo. Desde el recibimiento hasta la despedida subiendo al mismo autobús.
Ese salón cargado de recuerdos, gestas, miedos y éxitos. Desde el carnet de la Escola de Tauromaquia de València a la cabeza de Lironcito sobre la chimenea, pasando por la foto de su primer muletazo, algún Miura o Pablo-Romero, varios Victorinos, Samueles o aquel jabonero de Juan Pedro al que casi le corta el rabo en València y con el que por primera vez hizo la poncina en su plaza. Explicando, conversando, de tú a tú, haciéndose fotos, firmando autógrafos, deteniéndose en tal toro, o aquella corrida, foto o cartel, así le pudo dar dos o tres vueltas al salón.
Un día metereológicamente perfecto. De radiante sol y agradable temperatura. Fue el mismo Enrique Ponce quien en quad nos metió en los cercados, a escasos metros de los toros y novillos. En grupos de cinco o seis, viaje va, viaje viene en el quad. Un detalle que engrandece más a una figura histórica del toreo.
Explicando el manejo, la ganadería que tiene, esas novilladas que
tiene preparadas o cómo su mayoral andando y con los perros se basta
para apartar y manejarse a los animales.
Con el quad nos pegó algún que
otro serio arrimón llegando a los toros a poco más dos o tres metros.
Por eso ya, por andar entre los toros con un quad guiado por uno de los
más grandes, Enrique Ponce, la experiencia es para toda
la vida.
Para entonces el caballo de picar ya estaba listo. El tentadero esperaba. Tres vacas y un utrero con carilla de toro aguardaban en los chiqueros de la plaza de tientas, dedicada a la Mare de Déu dels Desemparats. Ponce dejó el quad y se puso de corto e impartió un tentadero desde la didáctica. La primera becerra, no llevaba ni dos segundos, ya la había radiografiado. "Tiene un problema en la vista". Y es verdad, según transcurrió la tienta fue demostrando que venía cruzada una y otra vez y que tenía que tocarla, esperarla y embarcarla muy, muy bien.
La grandeza de Enrique Ponce, su talla de figura enorme del toreo, histórica se mire por donde se mire, quedó sobrepasada --y ya es decir-- en la distancia corta, en el diálogo taurino, en su forma de impartir, de enseñar las bases y cimientos de su tauromaquia que ahora y más en el campo surge con tremenda naturalidad tras más de 25 años de carrera.
La becerras muy justas para el examen de la tienta, por su nobleza fueron ideales para que los aficionados hicieramos nuestros pinitos. Y lo del eral ya fue todo un detalle: Ponce toreó para sí mismo y también para ese grupo de jóvenes que había invitado. No fue fácil el novillo ni le regaló ni media embestida.
Hubo que imponer el mando y hacer un esfuerzo en el campo, en la plaza de tientas de su misma casa. Había que engancharlo mucho por delante. Con un pitón izquierdo más claro, dos series en redondo poderosas fueron el mejor ejemplo de la clase de torero ante la que estábamos. Allí, en silencio respetuosos de la tienta.
Tras estoquear el toro y a falta de una becerra por tentar, Ponce ejerció de maestro. De cites, colocaciones y formas y maneras de presentar la muleta. En tono didáctico. Sin duda, ese momento en el que la plaza de tienta se convirtió en un aula de tauromaquia con Enrique Ponce como maestro es otro de los que nos llevamos en el recuerdo para siempre.
Faltaba una becerra por tentar, que pronto quedó para los aficionados, que de uno en uno fueron pasando. Y de los corrales sacó la de pelo castaño, y la estampa con dos becerras embistiendo una a cada punta de la placita fue precioso. Por muy poco valor que tuviese uno --como quien firma-- casi todos se pusieron delante y sintieron aquello. La estampa resultaba preciosa.
El buen rato se alargó tanto que a las cuatro de la tarde nos sentábamos a comer. Así era la nobleza de aquellas dos becerras. Y la comida estupenda, con la familia Ponce-Cuevas como perfectos anfitriones. Y la tertulia, un placer hasta para los menos puestos en la materia, se alargó hasta las nueve de la noche. Un poco más y acabamos pidiendo unas chuletas.
Simplemente gracias al maestro Enrique Ponce por acogernos así en su propia casa y enhorabuena a la iniciativa de Tendido Joven por su labor. Así sí se hace afición.
PS: ¡Y 'Tendido', el cachorro que la asociación le regalo al maestro, se me olvidaba!
3 comentarios:
Gracias por suscribirte a mi canal de YouTube. Si quieres echa un vistazo a mi blog www.blog-de-tauromaquia.blogspot.com.es . Un saludo Andrés.
Le he chorado unas cuantas fotos de su excepcional reportaje gráfico, que con su permiso iré publicando en mi blog.
Gracias.
La condesa de Estraza
Tiene el permiso de chorar las fotos, señora condesa. Lo mismo que yo no seré quien le diga que eso de manipular, o construirse la realidad a su antojo, está (a veces) feo. Pero bien... dado el carácter gregario del toro --tal vez por eso no se gira--, ese pobre sigue a sus congéneres, unos 15 o 20 animales más, que no aparecen en la foto simplemente porque no el encuadre no era el más bonito.
En fin, un saludo.
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