Paco Aguado sobre el capote de Morante en la crónica de EFE:
Al final perdimos la cuenta. Es difícil que nadie pudiera mantener la mente fría para enumerar cada una de las soberbias, mecidas, hondas y purísimas verónicas que Morante de la Puebla cuajó ayer en Sevilla.
Haciendo memoria, se deduce que fueron tres y una media a pies juntos con las que apaciguó ya, por el lado izquierdo, al toro que abrió plaza. Y tal vez una docena larga con las adormeció al cuarto en el vuelo de su capote.
Es difícil, sí, ponerse a contar. Y absurdo. Es mejor seguir soñando y recrear la memoria con esos lances acompasados por el pecho henchido y la cintura líquida del torero. Y dejarse llevar por la pasión del toreo más hondo, como se dejó llevar Morante ante ese cuarto después de que se le fuera suelto en un quite por chicuelinas.
Siguió el toro hasta el caballo de puerta, huyó del refilonazo hasta chiqueros y de allí lo sacó el de la Puebla con lances al paso por delantales, cogido el capote y sostenido el toro como se lleva de los deditos a un niño que da sus primeros pasos. Hasta que en los medios, una media verónica redonda, rotunda, de duración eterna, enervó el pulso de la Maestranza.
Antonio Lorca:
Es lo que tienen los genios: que un día se levantan, cogen el pincel, la partitura, el cincel, he aquí que les llega la inspiración y crean una obra de arte que deja al mundo boquiabierto. Esta tarde tarde, sin ir más lejos, uno de ellos, conocido por Morante de la Puebla, tenía el capote entre las yemas de los dedos y, como quien no quiere la cosa, se puso a torear y volvió loca a la plaza de Sevilla, que todavía anda dando capotazos en su ensoñación torera.
De la corrida de Núñez del Cuvillo decir que no estuvo a la altura. Se vino abajo. Y además fue impresentable. Así lo cuentan en el blog de la Unión de Abonados y Aficionados:
Morante se ha llevado el gato al agua esta tarde. No le hizo falta la muleta. Tampoco los animales se lo permitieron. Fue suficiente con levantar emoción con el capote en sus dos toros a base de su particular estética, y a su favor hay que reconocer que es único para levantar pasiones que hacen olvidar a sus incondicionales la flojedad y el escaso trapío de sus enemigos.
Con su capotito, manos bajas, pecho adelante y cargar la suerte hasta lo indecible, le basta y sobra a Morante para poner la plaza boca abajo y decir ahí queda eso, pues no necesita ni cortar orejas ni la vuelta al rueda que se negó a dar.
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